La maternidad: ese agujero negro donde las mujeres se desvanecen, ese laberinto de abnegación y rabia contenida que la sociedad envuelve en un papel de regalo. Canina (Nightbitch —título original que suena más brutal, más visceral)— de Disney+ es una disección de ese útero social donde las madres se transforman en criaturas que ya no son del todo humanas ni del todo animales.
Amy Adams y la deconstrucción del mito de la madre perfecta
Amy Adams, esa actriz capaz de transitar entre la vulnerabilidad y la ferocidad con la misma precisión, encarna a una Madre sin nombre. Sin nombre: primera señal de que ha perdido su identidad individual en ese proceso de convertirse en un útero con piernas, en un pecho con función, en una máquina de criar. Su carrera artística —ese sueño que alguna vez fue suyo— suspendida en el limbo; su cuerpo, ocupado por la maternidad como un territorio conquistado.
Marielle Heller dirige esta pesadilla doméstica con una mirada que no busca la compasión ni el melodrama, sino algo más primario: el reconocimiento de la violencia inherente a parir, a criar, a desaparecer. La transformación de la protagonista en un ser mitad mujer, mitad perra, no es un recurso fantástico sino el símbolo más crudo de la metamorfosis que sufre toda madre: convertirse en algo que ya no se reconoce en el espejo.
Los detalles de Canina son demoledores: la rutina infinita de comidas, juegos, limpiezas; el marido ausente (Scoot McNairy) que “ayuda” como quien hace un favor; los grupos de madres conversando en rituales casi antropológicos de supervivencia mutua. Heller retrata ese mundo como un etnógrafo que observa una especie en extinción: la mujer que aún conserva algo de sí misma después de ser madre.
Canina (Nightbitch): Más allá de los mandatos sociales de ser madre
Canina —basada en la novela de Rachel Yoder— trabaja en los bordes de lo posible. No es un horror explícito ni una comedia doméstica, sino un manifiesto sobre la rabia femenina, sobre los instintos reprimidos, sobre la violencia que late bajo la superficie de cada madre que sonríe mientras muere por dentro.
La transformación física de Adams es apenas un síntoma. Lo verdaderamente radical es su transformación interior: el momento en que decide arrancarse de ese molde social que la reduce a un objeto de reproducción. Cuando crece el pelo en su espalda, cuando sus dientes se afinan, cuando comienza a aullar, no está volviéndose un monstruo. Está recuperando algo primordial: su capacidad de rugir, de morder, de existir más allá de la maternidad.
Hay un momento de Canina donde madre e hijo devoran un pastel en el supermercado como animales, provocando el horror de los compradores. Es la metáfora perfecta: la ruptura de todos los códigos de la buena madre, de la mujer civilizada, del comportamiento social aceptable. Un acto de liberación mediante la regresión, un grito contra la domesticación.
Canina no busca romantizar ni demonizar la maternidad. La muestra como un territorio de batalla, donde cada día es una trinchera y cada gesto un acto de resistencia. No es casual que el marido sea una figura difusa, casi transparente: el verdadero conflicto no está entre dos personas, sino entre una mujer y un sistema que la ha despojado sistemáticamente de su autonomía.
La película es un documento sobre la violencia de criar, sobre los mandatos que nos devoran, sobre los instintos que sobreviven a la domesticación. Una obra que mira sin pestañear el abismo de la maternidad, ese lugar donde las mujeres se pierden y, a veces, deciden recuperarse mediante un aullido. Un aullido que no es de dolor, sino de liberación.
DISPONIBLE EN DISNEY+.