Son recuerdos, pero Aftersun no es un ejercicio nostálgico sobre el pasado, sino la búsqueda de alguna certeza en el presente. Charlotte Wells hace el debut cinematográfico del año con una obra engañosamente minimalista, en el que cada plano dice más de lo que muestra y cada escena captura el momento y el estado de ánimo de unas vacaciones lumpen en Turquía para hacer una reflexión sobre el tiempo a través del retrato de una relación padre-hija filtrada por el prisma de una memoria incompleta.
La que recuerda es Sophie (una perfecta Frankie Corio, puro talento natural), que ahora tiene la edad que tenía su padre cuando Turquía fue el destino low cost a finales de los 90’s. Ella 11, él 31. Parecen tener una buena relación, pero se ven poco: Calum (Paul Mescal) abandonó su Escocia natal para ir a Londres después de separase de la madre de Sophie. Es un exiliado de su país, pero también de sí mismo. Demasiado joven para ser viejo y demasiado viejo para ser joven, Calum está perdido en los laberintos de la adultez, arrojado a una paternidad no planificada, a una existencia que tampoco lo era.
De eso parece estar dándose Sophie, capaz de ver ahora por debajo o por encima de la superficie de la personalidad atenta y cariñosa de su padre cuando todavía era una preadolescente. Sophie indaga de manera coloquial e inocente una serie de temas complejos que pueden desarmar a un adulto (“¿Qué querías ser cuando tenías 11 años?”). Pero es en estos diálogos, a veces infantiles y a veces sorprendentemente reflexivos, que establecemos ideas en torno a lo que vemos: un hombre en estado latente de desajuste con su tiempo, sea el que sea.
Aftersun: producir el pasado
Nunca miramos sólo una cosa: miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos. Lo que sabemos o creemos saber afecta el modo en que vemos esas cosas. Charlotte Wells hace de su ópera prima un dispositivo cinematográfico para mostrar cómo el tiempo reconfigura la memoria, siempre articulada en tiempo presente.
Pero la directora va más allá cuando intercala escenas lisérgicas de una discoteca, en las que Calum aparece y desaparece por el efecto de las luces estroboscópicas, como si sugiriera no sólo que Sophie fue concebida en una noche llena de pastillas de éxtasis, sino que habla sobre la incapacidad de conocer realmente a alguien, un juego de luces y sombras en los que solo detectamos una parte visible en nuestra niñez, y poco a poco nos vamos acercando a alguna clase de verdad sobre el otro con el paso del tiempo.
Aftersun es un viaje al fin de la noche de los recuerdos: Calum está en otro tiempo, y Sophie busca a este hombre que se quedó en otro mundo llamado pasado. Una película de combustión lenta, en la que los detalles se acumulan y las imágenes reverberan en la representación de la relación entre lo visible y lo invisible de las personas, un estudio psicológico sobre sueños rotos y futuros atrofiados.