Bob Dylan es un enigma que ni siquiera él mismo logró descifrar. Los actores que lo interpretaron se enfrentaron a representar a alguien que siempre fue una representación de sí mismo. ¿Cómo ser auténtico interpretando a quien cuestionó constantemente la autenticidad? ¿Cómo capturar la esencia de alguien que se dedicó a mutar, a desaparecer, a contradecirse?
Tom Shepard hizo un Dylan imaginado por Dylan. Hayden Christensen fue pura arrogancia en Factory Girl. En I’m Not There (2007) Christian Bale fue una de las seis versiones que Todd Haynes imaginó para contar su historia imposible. Bale interpretó a dos Dylan: al de la época folk – el profeta que cantaba sobre la justicia social mientras Estados Unidos ardía -, y al de finales de los 70’s, el que le cantaba a un Dios que no era el suyo.
Cate Blanchett fue la que mejor captó esa androginia eléctrica de mediados de los 60’s, ese Dylan que escupía palabras como balas y se reía del mundo detrás de sus gafas oscuras. Heath Ledger también fue Dylan: el amante, el hombre que se divorcia, el actor que no sabe conjugar el arte con la vida cotidiana. Richard Gere encarnó al hombre que se escondió después del accidente de moto, ese que se refugió en Woodstock y jugó a ser Billy the Kid. Marcus Carl Franklin, un niño negro de 11 años, fue el Dylan más temprano, el que se inventaba historias sobre trenes y vagabundos. Y Ben Whishaw fue el Dylan poeta, el heredero de Rimbaud.
Ahora llega Un Completo Desconocido (A Complete Unknown), con Timothée Chalamet como el Dylan de 20 años, un chico que bajó del Medio Oeste con una guitarra prestada y hambre de mundo. Es 1961, y Bob llega a Nueva York, la ciudad más ciudad del planeta. Todavía no es el Dylan que todos conocemos, es solo un joven de Minnesota con sueños de Woody Guthrie en la cabeza. Pero la película muestra eso: el momento en que el desconocido se vuelve conocido, cuando el cualquiera se transforma en el que todos quieren ser. El instante preciso en que Bob Zimmerman se convierte en Bob Dylan y el mundo ya no vuelve a ser el mismo.
Todos estos actores no interpretan realmente a Dylan – interpretan versiones, momentos, fragmentos de un hombre que pasó la vida reinventándose. Y quizás ahí está la clave: no se trata de ser Dylan, sino de entender que Dylan nunca fue completamente él mismo. Fue muchos, fue nadie, fue todos.
Sam Shepard: El Bob Dylan imaginado
En Renaldo y Clara (1978), ese experimento cinematográfico de cuatro horas dirigido por Dylan, Shepard interpretó a “El Extraño”, mientras Dylan hacía de Renaldo. La paradoja perfecta: Dylan interpretando a otro mientras otro interpretaba a Dylan. Shepard, el dramaturgo del oeste americano, el cronista de la decadencia del american dream, entendió mejor que nadie el juego de máscaras: no intentó imitar a Dylan sino ser el reflejo que Dylan buscaba de sí mismo.
La interpretación de Shepard es sutil, casi imperceptible. No intenta copiar los manierismos de Dylan ni su forma de hablar. En cambio, crea una presencia fantasmal que parece flotar por la película como un espíritu inquieto. Es Dylan sin intentar ser Dylan, que es quizás la forma más precisa de ser Dylan: un juego de espejos donde la copia parece más auténtica que el original.
Hayden Christensen: El Bob Dylan de la Factory
En Factory Girl (2006) de George Hickenlooper, Hayden Christensen interpreta al “Músico” – como si eso bastara para disfrazar a Bob Dylan, como si alguien pudiera confundirse – y su relación con Edie Sedgwick, la starlet consumida en la hoguera del pop art.
Christensen logra transmitir esa mezcla de fascinación y desprecio que caracterizó la actitud de Dylan con la Factory. Camina, habla, mira como Dylan. Pero no es Dylan porque el músico no quiso: sus abogados denunciaron a la película antes de su estreno porque insinuaba que él había contribuido al colapso emocional de Sedgwick.
Sedgwick murió en California en 1971 de una sobredosis. Dylan sigue vivo. La película los junta en ese espacio indefinido donde la verdad es apenas una anécdota más. La relación entre Dylan y Sedgwick que se ha debatido durante décadas. Algunos sostienen que tuvieron un romance (que inspiró el título Blonde on Blonde y algunas de sus canciones: One of Us Must Know, Leopard-Skin Pill-Box Hat, Just Like a Woman), un vínculo que habría sido cortado por el control manipulador de Warhol.
Otros sugieren que Dylan nunca fue más que un observador distante en el mundo de la Factory. En cualquier caso, Factory Girl construye un retrato cargado de tensión, y sugiere que Dylan fue una figura de salvación y de abandono en la vida de la modelo.
La Factory era un espejo que deformaba todo lo que reflejaba. Warhol la construyó así: un lugar donde las identidades se deshacían. ¿Quién era quién? ¿Importaba? Sedgwick fue la mariposa más brillante de ese circo plateado. Dylan – “El Músico” – pasó por ahí y la vio arder. La película juega con esa ambigüedad: ¿fue amor, fue uso, fue nada? Dylan amenazó con juicios, pero quizás lo que más le molestó fue verse retratado así: oscuro, calculador, un artista consciente de su poder.
En el fondo, Factory Girl habla más de nosotros que de ellos: de nuestra necesidad de convertir vidas ajenas en historias, de encontrar villanos y víctimas donde tal vez solo hubo personas tratando de sobrevivir a sus propios demonios.
Cate Blanchett: El Bob Dylan eléctrico
La más improbable se volvió la más precisa. Cate Blanchett en I’m Not There interpreta a Jude Quinn, la versión más mordaz y ácida de Dylan, la que electrificó Newport y escandalizó al mundo folk.
Blanchett capturó algo que va más allá de la simple mímica. Encontró la esencia andrógina de Dylan en su época más mercurial: los movimientos felinos, la arrogancia defensiva, esa forma de fumar como si cada calada fuera un acto de desafío. Su interpretación no es solo física: es la fórmula química del rockstar.
En las escenas de las entrevistas, Blanchett reproduce ese baile verbal que Dylan perfeccionó, donde cada respuesta es un acertijo y cada pregunta es tratada como una ofensa personal. Es el Dylan que se burla de los periodistas, que juega con las palabras, siempre al borde del desastre pero sin perder nunca el control.
Christian Bale: Bob Dylan, el profeta folk
En I’m Not There, Bale es Jack Rollins, el cantante de protesta que luego se convierte en predicador cristiano, dos extremos de la misma búsqueda espiritual.
Este Dylan comienza cantando The Times They Are A-Changin’ con la convicción de un profeta del Viejo Testamento, el que creía que las canciones podían cambiar el mundo. Su transformación a predicador cristiano es uno de los aspectos más fascinantes de su interpretación: logra mostrar cómo el fervor revolucionario y el fervor religioso son dos caras de la misma moneda. El mismo fuego que ardía en los ojos del joven que cantaba sobre derechos civiles ahora arde en el predicador que habla sobre salvación.
En las escenas de los conciertos, Bale captura esa intensidad casi dolorosa del primer Dylan, esa manera de cantar como si cada palabra fuera una verdad recién descubierta. Y cuando se transforma en el Dylan cristiano, mantiene esa intensidad pero la redirige, mostrando cómo la búsqueda de la verdad puede tomar diferentes formas.
Heath Ledger: El Bob Dylan íntimo
En I’m Not There, Heath Ledger fue Robbie Clark, el Dylan de la vida privada, el hombre detrás del mito. Su interpretación se centra en el período más turbulento de la vida personal de Dylan: su matrimonio con Sara, su posterior divorcio, y la lucha constante entre el arte y el amor.
En las escenas domésticas, Ledger muestra un Dylan raramente visto: vulnerable, inseguro, incapaz de reconciliar su persona pública con su vida privada. Su Robbie Clark es un hombre atrapado entre la necesidad de crear y la necesidad de amar, entre la libertad artística y las responsabilidades familiares.
La genialidad de Ledger está en cómo retrata el lento desmoronamiento de una relación. Cada gesto, cada mirada perdida, cada silencio incómodo cuenta la historia de un hombre que no puede dejar de ser quien es, incluso cuando eso significa perder lo que ama.
Richard Gere: El Bob Dylan fugitivo
Gere encarna al Dylan de Woodstock, el que como Billy the Kid, intenta escapar de su propia leyenda buscando refugio en el pasado norteamericano.
Su interpretación es la más abstracta de todas: un forajido que podría ser Dylan en un universo paralelo, un hombre que huye de la fama refugiándose en las fantasías del viejo Oeste. Gere entiende que está interpretando una metáfora más que un personaje real.
En las escenas donde Billy cabalga por paisajes surrealistas, Gere captura ese anhelo de Dylan por un Estados Unidos América mítico, ese deseo de perderse en un pasado que nunca existió. Su interpretación es un homenaje al Dylan que siempre quiso ser parte de una tradición más antigua que el rock and roll.
Marcus Carl Franklin: El joven soñador
Franklin, un niño afroamericano de 11 años, interpreta a Woody Guthrie, la primera máscara que Dylan se puso. Su Woody es el Dylan más joven, el que todavía estaba construyendo su mitología personal.
En las escenas donde viaja en trenes y cuenta historias inventadas sobre su pasado, Franklin captura la esencia del joven Robert Zimmerman antes de convertirse en Bob Dylan: un chico de Minnesota fascinado por el folk y los cuentos de vagabundos, construyendo su identidad a partir de canciones y leyendas.
La inocencia de Franklin contrasta perfectamente con la sofisticación de sus diálogos. Cuando habla sobre música folk o política con la sabiduría de un adulto, nos recuerda que Dylan siempre fue un viejo atrapado en un cuerpo joven, o tal vez un joven jugando a ser viejo.
Ben Whishaw: El Bob Dylan poeta
Whishaw interpreta a Arthur Rimbaud, el Dylan que se enfrentaba a los interrogatorios con respuestas que eran poemas en sí mismas. Sus escenas son como fragmentos de un juicio surrealista donde el acusado responde a las preguntas con acertijos y los jueces son el público que intenta descifrar el significado.
En blanco y negro, sentado frente a una mesa de interrogatorio, Whishaw transmite la intensidad intelectual de Dylan, su capacidad para transformar una simple entrevista en un cadáver exquisito.
Las respuestas de Whishaw son extraídas directamente de entrevistas reales de Dylan, pero en su boca suenan como mantras budistas o versos de algún profeta antiguo. Logra capturar esa cualidad única de Dylan: hacer que incluso las declaraciones más absurdas suenen como verdades profundas.
Ben Pike: el Bob Dylan de Inside Llewyn Davis
Aunque no se menciona explícitamente, el espectro de Dylan flota sobre Inside Llewyn Davis (2013), de los hermanos Coen. La película sigue a Llewyn Davis (Oscar Issac), un cantante folk en la Nueva York de 1961, atrapado entre su arte y la indiferencia del mundo. Es una historia de fracaso, de desencanto, de puertas que se cierran justo antes de poder entrar.
En 1961, Bob Dylan todavía no existe pero está por existir. Llewyn Davis – ese músico talentoso y fracasado – no lo sabe, pero Dylan (interpretado por Ben Pike) viene a borrarlo del mapa. La última escena es brutal en su sencillez: mientras Llewyn sale por la puerta trasera del Gaslight Café, Dylan sube al escenario. Es el futuro que llega para demoler el presente.
Timothée Chalamet: El Bob Dylan del Greenwich Village
Elegido para interpretar al joven Dylan en Un Completo Desconocido, Chalamet se enfrenta al desafío de mostrar el momento crucial: la transformación de Robert Zimmerman en Bob Dylan. La película se centra en los primeros años en Nueva York, cuando Dylan estaba construyendo su personalidad pieza por pieza.
Las primeras imágenes muestran a un Chalamet que ha estudiado los manierismos tempranos de Dylan: la forma de sostener el cigarrillo, la postura ligeramente encorvada, esa manera de mirar desde debajo del flequillo como si estuviera divertido por un chiste que solo él conoce.
El desafío para Chalamet será mostrar no solo cómo Dylan se convirtió en Dylan, sino cómo un joven de Minnesota logró convencer al mundo de que siempre había sido Dylan. Es la historia de un cambio de identidad en tiempo real, una metamorfosis que cambiaría la música para siempre.