“Una obra de el arte no responde preguntas, las provoca; y su significado esencial está en la tensión entre las respuestas contradictorias”. La cita de Leonard Bernstein (1918-1990) que abre Maestro resume el estilo grandilocuente con el que Bradley Cooper intenta capturar a Bernstein como ser humano, como genio desbordado por sus pasiones, como marido afectuoso e infiel, como homosexual socialmente reprimido. Maestro es tanto una película como un manifiesto estético, una sinfonía audiovisual construida con una serie de movimientos formales transformados en micronarrativas que estructuran el retrato íntimo del verdadero artista contradictorio y torturado de la película: Bradley Cooper.
Es droga ver a Bernstein dirigir a su orquesta al borde del orgasmo filarmónico en la Catedral de Ely en 1973, como si compartiera con Nietzsche la creencia de que el ritmo puesto en los cuerpos es la expresión musical de la unidad originaria de todo lo existente. Pero Maestro relega el arte de Bernstein a un segundo plano -con menciones rápidas a clásicos como West Side Story y Candide, así como breves destellos del proceso de componer Fancy Free y su controvertida Misa de 1971-: a Cooper le interesa menos el legado musical y la homosexualidad de Bernstein que usar al compositor como una figura que representa su obsesión privada -que ya había puesto en escena en A Star is Born de 2018-: todos los pactos emocionales que los artistas deben firmar para cumplir su destino.
Maestro y el legado musical de Leonard Bernstein
Ninguna biopic, por muy sensible que sea, pueda acercarse a abarcar la totalidad de una vida, y Cooper reduce la biografía de Bernstein a la suma de sus elementos más accesibles: sus relaciones interpersonales. Maestro se centra en su relación con Felicia Montealegre (Carey Mulligan), actriz, esposa, musa, a la que Cooper ofrece la mirada de la película: la protagonista secreta será ella, la gran mujer como el síntoma del gran hombre, la actriz que debe interpretar su papel sobre el escenario de un matrimonio roto por la homesexualidad y el egocentrismo de su marido.
Esta identificación de la mujer como artífice del destino artístico ajeno lleva a Maestro hacia la exploración de una relación de codependencia que es a la vez sentimental y creativa, afectuosa y cruel, como si fueran una remake musical de la pareja Gena Rowlands/John Cassavetes-. La película gira en torno a los altibajos de la relación, con Felicia como el estereotipo de la esposa sufrida, más preocupada por el bienestar creativo y emocional de su marido que por ella misma.
Maestro se inclina hacia el melodrama puro cuando Bernstein abandona la órbita de su esposa para hundirse en efervescencia de los 70’s -la década del yo-, un ecosistema saturado de drogas, homosexualidad y egomanía, antes del reencuentro final en el que el compositor acompaña a su esposa, marcada por un cáncer.
La película nunca logra unificar a los dos Bernstein, el hombre de familia afectuoso y el gay emancipado, de la misma manera que es incapaz de alcanzar el equilibrio entre el Bernstein compositor de “gran música” y el ícono de la cultura popular. Pero hay un raro poder romántico en este antihéroe al que se le impide ser al mismo tiempo las cosas que lo definen. Maestro es una historia de amor, el encuentro de dos grandes mentes que se entienden y se complementan en un desigual juego de poder.
El manifiesto estético de Bradley Cooper
Entre los musicales de los 40’s, los contrastes del cine negro, las transiciones imaginativas (cortesía de la editora Michelle Tesoro) y los cambios entre color / blanco y negro y relaciones de aspecto 16:9 / 4:3, Cooper ofrece un elaborado ejercicio de estilo que funciona como el mapa anímico de una figura carismática, voluble y complicada. Los intercambios tensos y las discusiones explosivas de la pareja se filman a distancia, en secuencias largas -bajo la mirada clínica del director de fotografía Matthew Libatique-, como si Cooper esperara que estas dos personas se desangren mutuamente debajo de superficies elegantes y naturalistas.
Esta ambición cinematográfica de Maestro choca a veces con la creatividad rotosa y de segunda mano del guion de Josh Singer, que hace que los personajes -dos personas que intentan esconder sus emociones profundas- expliquen permanentemente su mundo interior. Aún así, Carey Mulligan le inyecta a Felicia una mezcla convincente de vulnerabilidad romántica y férrea resolución existencial. Cooper logra los tics vocales y físicos de Bernstein, llega al nirvana en Resurrection de Mahler, habita al hombre, lo imita de una manera experta.
Pero Maestro termina siendo víctima de su propia ambición, como si no se decidiera a ser una película de festival o un melodrama de cable. La única pregunta identificable después de ver tanta emocionalidad exuberante es la que se hace Cooper: ¿cómo hace un director para ganar un Oscar? Por eso, Maestro se parece más al actor que a Bernstein: virtuosa pero aburrida, apasionada pero demasiado sentimental.
Maestro está disponible en Netflix.