Los hermanos Safdie mostraron el lado B del sueño americano con historias llenas de nihilismo y desesperación (Heaven Knows What, Good Time): un ambiente suburbano, poblado de jóvenes a la deriva, que reflejaban la entropía de los expulsados del contrato social. Ahora, los cineastas producen Telemarketers, el documental de tres partes de HBO que continúa esa exploración de los rincones olvidados por Hollywood, con una historia de marginales intentando sobrevivir como la mano de obra de la corrupción empresarial.
En la industria de servicios, el sector de atención al cliente es el que recibe la frustración sin filtro de los consumidores. Pero, ¿qué pasa si los empleados no son el problema? Telemarketers no sólo indaga cómo los ejecutivos son quienes fijan cuotas, escriben guiones y entregan listas de números telefónicos, sino cómo utilizan a los sectores más vulnerables de la sociedad para estafar a los ciudadanos a través de distintas campañas benéficas. El ambiente laboral es salvaje y el formato es el de una comedia de amigos.
El documental de alguna manera reivindica a los trabajadores parciales mal remunerados, que dedican su tiempo a llamar a extraños con el pretexto de juntar dinero para sectores necesitados. Con dos compañeros de cubículo liderando la investigación, describe las prácticas predatorias de las que son víctimas los vendedores telefónicos y revela una estafa altamente rentable que ha funcionado durante décadas.
Telemarketers (HBO): la versión freak del sueño americano
Estamos a principios de la década de 2000 y Sam Lipman-Stern necesita un trabajo. El único lugar que contrata a un adolescente que a los 14 años dejó la escuela secundaria es Civic Development Group. Sam cree que está recaudando dinero en nombre de la policía, los bomberos y algunas iglesias. Allí no hay reglas, solo llegar a la cuota de dinero recaudado: Yonkis, ex delincuentes, futuros delincuentes, jóvenes desesperados y sin futuro se reúnen todos los días a tomar cerveza, fumar porros, coger en el baño o inyectarse heroína mientras hacen las llamadas. Sam comienza a llevar su cámara de video a la oficina y graba ese ambiente extravagante y caóticamente laboral.
Su estrella es Patrick J. Pespas, ya considerado una leyenda del telemercadeo, que lidera la recaudación incluso en los estados alterados y flotantes de la heroína. Pespas disfruta de estar frente a la cámara, no de la manera desagradable del que busca fama, sino que ocupa la escena con una presencia lúcida y cargada de naturalidad, como si la cámara fuera simplemente otro de sus ruidosos compañeros de oficina.
Todo lo ambientado en esa oficina insípida y estereotipada es salvajemente entretenido. Pero Telemarketers se complementa con lo que en un principio permanece fuera de campo. Las imágenes no solo indican una gerencia ausente e indiferente, sino que los empleados guardan y comparten un entramado delictivo hecho de memorandos, registros y otros documentos incriminatorios.
Pespas y Lipman-Stern no son profesionales, pero incluso cuando su estrategia documental a veces falla, la naturaleza amateur del cine se ve compensada por la dedicación, el carisma y el entusiasmo de los realizadores. Ambos quieren respuestas. Ambos quieren que la industria cambie. La falta de experiencia periodística puede ser evidente, pero cada entrevista con sus compañeros de trabajo o con personas de la gerencia de la empresa siguen siendo reveladoras.
Telemarketers elabora un examen profundo y delirante sobre una profesión menospreciada. Con libertad artística y sensibilidad social, el documental busca en los subsuelos del sistema la división de clases, funciona como el espejo negro de Estados Unidos y demuestra que los héroes nunca están donde los busca Hollywood.
Telemarketers está disponible en HBO Max.