Crítica Jeepers Creepers Reborn (2022)
Jeepers Creepers Reborn (Jeepers Creepers: El Renacimiento del Demonio) comienza como una autoremake de la película original de 2001: una pareja maneja por una ruta semidesierta, mientras se distraen descifrando las letras de las patentes de los vehículos ocasionales que se cruzan. A un costado del camino, ven a un cowboy fantasmal arrojando un cuerpo envuelto en sábanas por un tubo que lleva al subsuelo de una casa en ruinas. Después de ser perseguidos por el viejo camión, deciden volver a investigar.
Este prólogo habla menos de la falta de ideas para un reinicio de la franquicia que de un intento de estar a la moda de las películas de terror autorreferenciales: esa escena que vimos es la que está viendo Sam (Imran Adams) a través de Youtube como un documental real de algo ocurrido hace… 23 años. Sam respira el mito de Creep, sabe que las leyendas y la teorías conspirativas que circulan en torno a esa figura misteriosa y sobrenatural llegan a los lugares de la realidad que la ciencia no puede racionalizar.
Es el gesto posmoderno con el que Scream (Wes Craven, 1995) reescribió el slasher: personajes obsesionados con el género, que conocen sus códigos narrativos y están experimentando una película en su propia vida. Sam es un arqueólogo del saber Creep, y lleva a su novia Laine (Sydney Craven) al legendario Horror Hound Festival de Louisiana, en el deep south norteamericano, el territorio que cada 23 años y durante 23 días es arrasado por una ola de desapariciones y asesinatos.
La actualización postmoderna de Jeepers Creepers Reborn
Sin la participación de Victor Salva -el creador de la franquicia condenado por abuso sexual de un menor-, el director finlandés Timo Vuorensola le quita lo que hizo popular al original: una figura monstruosa esquiva, indefinible, en estado de sugerencia y misterio permanente. En cambio, intenta materializar lo abstracto del monstruo, el arquetipo del Mal idealizado, y darle a Creep un origen y una presencia corporal más definida.
Pero lo hace con un guion demasiado artificial y con personajes secundarios insustanciales, una historia de amor y traición sin desarrollar, una secta satánica de tres personas y una entrada al plano psicodélico con las visiones de Laine de un ritual sangriento en el que intentan robarle el bebé que tiene en su vientre.
Jeepers Creepers Reborn es un proyecto poco ingenioso de actualizar la franquicia para el siglo XXI. La película se inclina hacia el terror clásico para recuperar al antiguo fandom, al tiempo que los metacomentarios intentan inscribirla en la modernidad, mientras hace de Creep una figura de culto para los amantes del género que se juntan en la convención de terror de Louisiana. Pero ese escenario de feria ambulante, música electrónica y cultura cosplay -que sirven como homenaje al cine de los 80’s-, cumple un papel decorativo tan insignificante que parece una pequeña fiesta de pueblo.
El propio Creeper tampoco tiene la presencia inquietante que tenía inicialmente, incluso cuando los personajes se convierten en sus cautivos en una casa embrujada. La atmósfera es de baja tensión, con una partitura destructiva, iluminación extraña y CGI que parece una parodia de CGI. Nadie pensó después de ver Jeepers Creepers 3 que podía haber algo peor. Estaban equivocados.