Halloween Ends: anatomía de un asesino
“El Mal no muere, sólo cambia de forma”, escribe Laurie Strode (la eterna Jamie Lee Curtis) en la autobiografía que está preparando, menos un libro que una terapia, el exorcismo de los traumas de un pasado cosido en la piel. Halloween Ends (Halloween: El Final) es la puesta en escena de esta mutación: si Michael Myers es la materialización individual de un Mal abstracto, una vez desaparecido tendremos que ver lo que quizás siempre fue: la suma de los microfascismos que habitan en cada uno de los habitantes de Haddonfield.
Myers cumple una función social dentro de una comunidad degradada, pero Halloween Ends subraya cómo se puede usar el dolor ajeno de las víctimas y transformarlo en un complejo de superioridad colectiva que libera los instintos más primitivos de las personas. La película comienza con una experiencia del shock, pero invierte el fetiche babysitter de la saga: en la noche de Halloween, el bueno de Corey (Rohan Campbell) cuida a niño problemático, que accidentalmente termina cayendo tres pisos dentro de su casa.
Corey se convierte en un paria, un asesino de niños acosado por los residentes del pueblo. Solo Laurie y su nieta Allyson (Andi Matichak) le muestran simpatía, como si el destino de los marginados fuera el de la identificación. Una pequeña Internacional Outsider: personas condenadas al ostracismo, unidas por el dolor y la soledad del otro. Pero los continuos abusos de la comunidad hacen de Corey un ser neurótico, a punto de transformar la culpa y el miedo en resentimiento y crueldad, de convertirse en lo que los demás le dicen que es.
Corey parece una versión desacomplejada de Laurie: si Halloween (2018) mostraba la espiral paranoica y homicida de una sobreviviente en los límites de la razón esperando el regreso de su verdugo, Halloween Ends amplifica esa violencia al hacer de Corey una víctima de la sociedad en busca de venganza. Pero Laurie eligió el encierro y el aislamiento y Corey elige Haddonfield como escenario de su locura.
Michael Myers somos todos
Han pasado 4 años desde el festival gore de Halloween Kills (2021) y Michael Myers vive desperdiciado en un túnel abandonado. David Gordon Green lo representa completamente mimetizado con la mugre y el asco de los subsuelos de la ciudad, como si se hubiera convertido en su inconsciente colectivo, lo que habita debajo de la apariencia de normalidad. Un encuentro con Corey lo revitaliza. De alguna manera se entienden, se reconocen más allá de las palabras.
Por supuesto, es Halloween, y nada es demasiado elaborado ni tiene sentido, pero el director cierra su trilogía secuela de la película original con un cambio de tono ambicioso, más preocupado en los procesos psicológicos y de identificación que en los clichés del slasher. Hay menos acción y más drama, sin un fetichismo aburrido de lo espantoso.
Halloween Ends puede ser interpretada como la verdad de Michael Mayers sin máscara: si desde su aparición en 1978 representó la ideología conservadora de la clase media norteamericana, el castigo bíblico a los excesos de los 60’s’ y 70’s, a la liberación sexual y la cultura de la drogas, en pleno siglo XXI, en la era de la corrección política y la tolerancia, en la que no hay un culpable fácilmente identificable, cualquiera puede ser víctima o victimario. El Mal ha cambiado de piel: Michael Myers somos todos.