En el éxito de taquilla de 2008, Iron Man (Jon Favreau), la piedra angular del Universo Cinematográfico de Marvel, hay una escena en la que Tony Stark (Robert Downey Jr.) es secuestrado por un grupo de terroristas de Medio Oriente. En la secuencia, el líder terrorista interpretado por el actor paquistaní-estadounidense Faran Tahir, amenaza a la cámara en urdu. Después del 11S, simplificar y encasillar en estereotipos negativos a los personajes musulmanes fue la regla de muchas películas de Hollywood.
Una década más tarde, la franquicia de películas y series de cómics más grande de la industria, comienza a despegar de la explotación para centrarse en contar historias de superhéroes de entornos marginales, considerados verdaderos outsiders dentro de la cultura norteamericana.
La representación positiva en los medios occidentales de personas musulmanas ha sido casi inexistente, pero Ms. Marvel, a diferencia de cualquiera de las propiedades intelectuales del estudio, permanece firme en su resolución de ilustrar las experiencias de una niña mulsumana de color centrándose en su fe, cultura y tradiciones. La vida de Kamala se ofrece sin disculpas en torno a sus creencias y sus raíces.
Ms. Marvel no solo describe con sensibilidad las experiencias de crecer como una adolescente musulmana en una comunidad occidental, sino que también desenreda las atrocidades incrustadas en el tronco de su árbol genealógico: el trauma ocasionado por la Partición de la India, que afectó a su familia, dejando una impresión duradera en sus vidas. El evento histórico influye en gran medida en la historia de origen de Kamala como superhéroe y crea una identidad para su familia.
Agosto de 1947. Con el poder del Imperio gravemente afectado tras la II Guerra Mundial, los británicos finalmente se retiraron de la India después de más de 200 años de ocupación. El subcontinente se dividió en dos estados independientes: India -de mayoría hindú-, y Pakistán -de mayoría musulmana-. Con este evento comenzó una de las mayores migraciones en la historia de la humanidad: millones de musulmanes viajaron hacia el oeste y el este de Pakistán, ahora conocido como Bangladesh, mientras que millones de hindúes y sikhs se dirigieron en la dirección opuesta.
Muchos cientos de miles nunca lo lograron. A lo largo de Ms. Marvel se habla de la Partición de la India como un seceso traumático, lleno de dolor, angustia y el miedo impensable que experimentó cada persona viva en suelo indio, y la pregunta que dictará sus vidas para siempre: quedarse o irse. La producción de Disney+ no solo muestra esta angustiosa secuencia con matices y comprensión, sino que también hace un esfuerzo genuino para que sea realista y le da el tiempo de pantalla que se merece.
En todo el subcontinente indio, las comunidades que habían coexistido durante casi un milenio se atacaron entre sí en un aterrador estallido de violencia sectaria, con hindúes y sijs de un lado y musulmanes del otro, un genocidio mutuo tan inesperado como sin precedentes. En Punjab y Bengala, provincias que colindan con las fronteras de la India con el oeste y el este de Pakistán, la carnicería fue intensa, con masacres, incendios provocados, conversiones forzadas, secuestros masivos y violencia sexual salvaje.
Unas setenta y cinco mil mujeres fueron violadas, y muchas de ellas fueron luego desfiguradas o descuartizadas. Tiempo después, algunos soldados y periodistas británicos que habían presenciado los campos de exterminio nazis afirmaron que la brutalidad ejercida durante la Partición de la India fue peor.
Para 1948, cuando la gran migración llegaba a su fin, más de quince millones de personas habían sido desarraigadas y más de un millón habían muerto. La comparación con los campos de exterminio no es tan exagerada como parece. La Partición es fundamental para la identidad moderna en el subcontinente indio, como lo es el Holocausto para la identidad entre los judíos, grabados dolorosamente en la conciencia regional por recuerdos de una violencia casi inimaginable.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña ya no contaba con los recursos para controlar su mayor activo imperial, y su salida de la India fue desordenada, apresurada y torpemente improvisada. Sin embargo, desde el punto de vista de los colonizadores, en cierto modo tuvo bastante éxito. Mientras que el dominio británico en la India estuvo marcado durante mucho tiempo por revueltas violentas y represiones brutales, el ejército británico pudo marchar fuera del país con apenas un disparo y solo siete bajas. Igualmente inesperada fue la ferocidad del baño de sangre que siguió.
La cuestión de cómo la cultura profundamente entremezclada y profundamente sincrética de la India se deshizo con tanta rapidez ha dado lugar a muchísimos debates. La polarización de hindúes y musulmanes ocurrió durante solo un par de décadas del siglo XX, pero a mediados del siglo fue tan completa que muchos en ambos lados creían que era imposible que los seguidores de las dos religiones convivieran en paz.
Muchas voces culpan a los británicos por la erosión gradual de estas tradiciones compartidas. Cuando los británicos comenzaron a definir ‘comunidades’ basadas en la identidad religiosa y a adjuntarles representación política, muchos indios dejaron de aceptar la diversidad de sus propios pensamientos y comenzaron a preguntarse a qué bando pertenecían.
De hecho, la académica británica Yasmin Khan, en su aclamada historia The Great Partition (2007), sentencia que la Partición “es un testimonio de las locuras del imperio, que rompe la evolución de la comunidad, distorsiona las trayectorias históricas y fuerza la formación de un estado violento de sociedades que de otro modo habrían tomado caminos diferentes e incognoscibles”.
“Mi pasaporte es paquistaní y mis raíces son indias. Y en el medio hay una frontera construida con sangre y dolor. La gente reclama su identidad basándose en una idea que tuvieron algunos viejos ingleses”, dice Nani en Ms. Marvel, explicando su pasado a su nieta. Esta agitación, pérdida de identidad y su incapacidad para seguir adelante muestran los resultados duraderos de un evento histórico que transformó las vidas de millones, cambiándolas para bien o para mal.
Hoy, tanto India como Pakistán siguen paralizados por las narrativas construidas en torno a los recuerdos de los crímenes de la Partición, mientras los políticos y los militares continúan avivando los odios de 1947 para sus propios fines.
Como bien dijo Iman Vellani , “la especificidad es representación”. No lo es cuando se generaliza la población musulmana de casi dos mil millones del mundo en un personaje de relleno. Las experiencias de Kamala como adolescente musulmana paquistaní-estadounidense elevan su historia, no la convierten en toda su personalidad. Los complejos orígenes familiares de la heroína son la razón por la que lucha con su propia identidad. La Partición de la India seguirá desempeñando un papel fundamental en la historia de Kamala porque, en muchos sentidos, la ha llevado a donde se encuentra hoy.