Michael Keaton se mira al espejo y ve a un asesino que se desvanece. En El Plan del Asesino (Knox Goes Away), estrenada en Prime Video, se dirige a sí mismo para contar la historia de un hombre que mata gente y pierde memoria, que ejecuta trabajos y olvida nombres, que limpia escenas de crimen mientras su mente se borra. Una muestra más de cómo Hollywood procesa el miedo al olvido en una época donde la memoria es cada vez más frágil, más digital, más ajena.
De Batman a asesino con demencia: la nueva transformación de Michael Keaton
John Knox es un sicario con doctorados en Literatura e Historia. Esa contradicción inicial nos dice algo sobre la película que Keaton quiso hacer: no es tanto un thriller sobre un asesino a sueldo como una meditación sobre la pérdida de la identidad. Knox mata gente por dinero pero lee a Sartre. Le presta libros a una trabajadora sexual polaca que lo visita los jueves. Tiene un hijo del que se alejó hace años. Y ahora tiene Creutzfeldt-Jakob, una forma de demencia que avanza como un incendio en el bosque seco de su cerebro.
¿Qué hace un asesino profesional cuando empieza a olvidar? ¿Cómo mata alguien que no puede confiar en su memoria? Knox lo descubre de la peor manera: en un trabajo rutinario termina matando a su compañero porque olvidó que estaba allí. Es el primer aviso, la primera grieta en el edificio que se derrumba.
Pero El Plan del Asesino no es una película sobre la decadencia profesional. El destino le trae a Knox una última misión: su hijo Miles (James Marsden) aparece en su puerta con las manos llenas de sangre. Ha matado al hombre que embarazó a su hija adolescente. Knox tiene que usar lo que le queda de lucidez para salvar a su hijo, para redimirse, para darle sentido a una vida construida sobre la muerte.
El Plan del Asesino quiere ser muchas cosas: una carta de amor al noir, un drama familiar sobre segundas oportunidades, un comentario sobre la masculinidad tóxica, un thriller de venganza, un estudio sobre la degeneración mental. Y en ese intento de abarcarlo todo, pierde foco. Es como si la película misma sufriera de demencia, olvidando por momentos qué historia quiere contar.
Keaton, en su segunda película como director, filma Los Ángeles como si fuera una ciudad en perpetuo crepúsculo. Todo es gris, todo es metal y cristal, todo refleja una luz que nunca termina de iluminar. Es un mundo donde los asesinos tienen bibliotecas y los policías tienen traumas y todos tienen algo que perder. La fotografía de Marshall Adams intenta emular el estilo de David Fincher, pero se queda en la superficie, como un estudiante aplicado que copia los gestos del maestro sin entender la sustancia.
La presencia de Al Pacino como el jefe criminal que toma baños de burbujas mientras come comida china con su esposa 50 años menor al lado es un recordatorio de lo que El Plan del Asesino podría haber sido: algo más arriesgado, más excéntrico, menos preocupado por cumplir con las convenciones del género. Pacino entiende que en el noir moderno el exceso es tan importante como la contención.
El Plan del Asesino: entre el thriller noir y el drama familiar
Knox diseña un plan para salvar a su hijo, pero tiene que escribir cada paso en una libreta porque no puede confiar en que lo recordará mañana. El Plan del Asesino es como Memento pero al revés: aquí la memoria se va borrando en tiempo real, como un archivo que se rompe mientras se lee. Y Keaton, el actor, logra transmitir esa degradación con sutileza al principio – un momento de confusión aquí, una palabra que se escapa allá – y con desesperación creciente hacia el final.
Hay algo que no termina de funcionar en el centro de El Plan del Asesino. Tal vez sea el guion de Gregory Poirier, que no sabe qué hacer con sus personajes secundarios. La detective Emily Ikari (Suzy Nakamura) siguiendo las pistas que Knox va dejando tiene más backstory que el protagonista, como si alguien hubiera pegado páginas de otro guion en medio de esta historia. O tal vez sea la forma en que la película evita enfrentarse a las implicaciones más oscuras de su premisa: ¿qué significa perder la memoria cuando tus recuerdos están hechos de violencia?
Hay escenas que funcionan perfectamente: Knox limpiando meticulosamente la escena del crimen de su hijo, plantando evidencia en lugares estratégicos, manipulando grabaciones de seguridad. Todo esto mientras lucha contra su propia mente que se deshilacha. Son momentos donde vemos lo que esta película podría haber sido: un estudio tenso sobre un profesional tratando de hacer un último trabajo perfecto mientras pierde las herramientas de su oficio.
Pero por cada escena que funciona hay otra que se siente forzada o innecesaria. La relación con la trabajadora sexual polaca nunca trasciende el cliché del asesino culto que busca conexión humana. Las escenas con su hijo carecen de la profundidad emocional necesaria para que nos importe su reconciliación. Y el final se inclina demasiado hacia el sentimentalismo, traicionando la dureza que el género requiere.
Keaton entiende el género, entiende la actuación, entiende la pérdida. Pero como director, no logra unir todas las piezas en algo coherente. Es como si la película misma fuera víctima de la enfermedad de su protagonista: momentos de lucidez brillante seguidos de confusión y olvido.
Al final, queda la sensación de que Keaton estaba más interesado en la idea de la película que en su ejecución. Como esos libros que Knox le presta a su visitante de los jueves: son símbolos de algo más profundo que la película nunca llega a explorar. Y quizás ese sea su mayor cinismo: El Plan del Asesino es una historia sobre la pérdida de la memoria destinada al olvido.
DISPONIBLE EN PRIME VIDEO.
