Invasión, Insurrección, la nueva épica de Netflix, es una vasta crónica coreana que recorre décadas y se centra en la tensa amistad entre Cheon-yeong (Gang Dong-won), un esclavo nobi con una innata habilidad para la guerra, y Jong-ryeo (Park Jeong-min), el yangban heredero de élite que lucha por equilibrar sus ideales con el peso de sus privilegios. El relato se despliega en los rincones de la dinastía Joseon a fines del siglo XVI, cuando el concepto mismo de libertad se desmoronaba bajo el peso de una sociedad encadenada a sus propias estructuras.
La invasión japonesa a Corea que inspira Invasión, Insurrección
En 1592 Japón invade la península coreana, dando inicio a lo que será un conflicto de siete años conocido como la Guerra de Imjin, que los arrastra en direcciones opuestas: Cheon-yeong se une al Ejército Justo, una milicia informal integrada por plebeyos, campesinos y hombres sin nombre, mientras Jong-ryeo acompaña al rey Seonjo en su huida de la capital, dejando a su pueblo a merced del destino. En los márgenes de ese abandono, entre los cuerpos y los escombros, entre las victorias que son menos heroicas de lo que parecen y las derrotas que se olvidan rápido, está la verdadera trama: ¿qué ocurre con los que sobreviven?
El título en coreano de la película es 전, 란, que se traduce como Guerra, Caos. Park Chan-wook, el legendario cineasta detrás de Oldboy, La Doncella y El Simpatizante, quien produjo y coescribió el guion de Invasión, Insurrección junto a Shin Chul, explicó: “Esta historia puede dividirse entre la guerra y lo que sucede después de ella. No quería un título que hablara solo del ‘caos causado por la guerra’, sino de la guerra y su posterior revuelta”.
En Corea, todos conocen la Guerra de Imjin, ese largo rosario de batallas donde los imperios pelean, las dinastías resisten y los campesinos mueren. Pero aquí no se trata de la gran historia, la que se escribe en los libros. Invasión, Insurrección muestra lo que queda debajo, en las grietas de la superficie. Porque Cheon-yeong, que soñaba con la libertad, descubre demasiado tarde que cuando el ruido de las armas se disipa, el sistema vuelve, intacto, como si nada hubiera cambiado. El esclavo sigue siendo esclavo. El noble sigue siendo noble. Solo los muertos tienen el privilegio de escapar de volver al mismo lugar.
Según el profesor de la Universidad de Columbia Británica, Nam-lin Hur, experto en historia japonesa y en las relaciones entre Corea y Japón, la Guerra de Imjin sigue moldeando la percepción que los coreanos tienen de sí mismos y de los japoneses. En 1592, el régimen de Hideyoshi en Japón comenzó la invasión de Corea como parte de un plan mayor para conquistar China. Aunque no aparece en Invasión, Insurrección, la dinastía Ming de China también intervino, enviando decenas de miles de tropas para auxiliar a Joseon, pagando un alto costo en vidas humanas.
“Fue un rescate militar por el que los Ming sufrieron grandes pérdidas”, dice Hur. “Jugaron un papel crucial para poner fin a la guerra”. En ese tiempo, Corea estaba gobernada por la dinastía Joseon, que duraría desde 1392 hasta 1910. Un elemento clave del periodo Joseon fue el establecimiento de una clase de nobles eruditos, los yangban. Compuesta principalmente por funcionarios civiles y militares, los yangban representaban el estrato más alto de un rígido sistema de castas. Aunque en teoría los hombres de esta clase estaban sujetos al servicio militar, el gobierno no los forzaba a cumplirlo, ni siquiera en tiempos de guerra.
Los yangban y los nobi en la Corea feudal
Los yangban representaban entre el 5 y el 10% de la población, mientras que la clase nobi constituía entre el 30 y el 40%. El rey Seonjo consideraba que mantener la división entre los yangban y los nobi era vital para la estabilidad de su dinastía. Según los registros verificados de la época, Seonjo afirmó: “La distinción entre esclavos y amos es como el cielo y la tierra, no debe ser ni ignorada ni comprometida”.
Invasión, Insurrección comprime siglos de historia en sus dos horas de duración, pero la acción no permite que el relato se vuelva didáctico. El drama se nutre de la relación central entre sus personajes, arraigada en el entorno histórico que los rodea. El conflicto coreano-japonés es, al final, el contexto necesario, pero no el centro de la película. Lo que Kim propone es algo más universal, una metafísica social disfrazada de relato épico. Porque, ¿qué es una invasión sino un espejo que revela el verdadero rostro de quienes la padecen?
Las tropas de Hideyoshi destrozan todo a su paso, pero lo que verdaderamente estalla en Corea es la implosión de su propio sistema. La nobleza, los yangban, como Jong-ryeo, sobreviven a la guerra, pero su estatus, que parecía eterno, tambalea. El rey Seonjo, esa figura que en la cultura coreana siempre ha sido sinónimo de traición y cobardía, no lucha por su pueblo, sino por salvar la ficción de su propio poder. La guerra es solo una pausa incómoda antes de que todo vuelva a ser como siempre.
Para cuando Japón retiró sus tropas de Corea en 1598, 500 mil guerreros de Japón, China y Corea habían muerto. Aunque Joseon ganó la guerra, el país y su pueblo quedaron devastados. The Aftermath, un proyecto académico que estudia el legado regional del conflicto, estima que entre dos millones de coreanos -el 20% de la población-, fueron muertos o secuestrados. Entre 20 mil y 100 mil coreanos fueron llevados a Japón, alterando aún más la ya deteriorada demografía social de la sociedad Joseon. A pesar de las cicatrices de la guerra, la dinastía continuaría durante tres siglos más, hasta la ocupación japonesa en 1910.
La lucha de clases en Invasión, Insurrección
El núcleo temático de Invasión, Insurrección es la agitación social que se intensifica durante la guerra. Cheon-yeong, ese héroe hecho a la fuerza, descubre lo que ya sabía desde el principio: que el sistema es invulnerable. La guerra, que le dio una oportunidad de convertirse en soldado, lo devuelve a la esclavitud cuando todo termina. No hay libertad, solo hay un ciclo que empieza y termina. Pero él ya no es el mismo. Ya no puede conformarse. Lo que cambia no es el mundo, sino la conciencia de quienes lo habitan.
En Invasión, Insurrección, no es el enemigo extranjero el verdadero antagonista. La violencia que destroza a Corea es interna, doméstica, cotidiana. Kim lo sabe, y por eso decide que los japoneses sean un catalizador, no el centro de la tragedia. El verdadero drama está en el colapso de las viejas certezas, en la rebelión interna moldeada a través de años de injusticias. En la quema de Gyeongbokgung, no es el invasor quien enciende la llama, sino el pueblo, harto del rey que los ha traicionado. Pero cuando las llamas se apagan, la estructura que parecía tambalearse vuelve más fuerte, más cruel.
Según Hur, “el rey Seonjo hizo todo lo posible por salvar su reinado, movilizando todos los recursos a su disposición, incluidos los seres humanos. No le importaba cuántos murieran, siempre que pudiera mantener su poder”. Para el director Kim, quien no había filmado en casi una década, este enfoque en la lucha interna diferenciaba a Invasión, Insurrección de una película bélica convencional. “Ya se han hecho muchas películas donde el enemigo es el invasor”, comenta Kim. “Yo no quería contar esa historia. La invasión funciona como un catalizador que derrumba el sistema establecido. Esa es la historia que quería narrar”.
Para Kim, Invasión, Insurrección no es solo una película de época. La lucha de clases, que aquí es literal, sigue viva en nuestras sociedades actuales, aunque esté disfrazada de otras cosas (en la actualidad, la concentración de la riqueza por parte de las corporaciones y la brecha entre ricos y pobres está llegando a niveles de desigualdad que había en las monarquías del siglo XVIII).
En cada economía, en cada sistema hereditario de poder, en cada desigualdad maquillada, la historia de Invasión, Insurrección resuena. Porque, al final, el sistema diseñado por y para los ricos siempre intenta volver a donde estaba. “El motivo por el que estas temáticas resuenan tanto es porque, aunque hoy no se describa abiertamente, sigue existiendo esa estratificación”, dice Kim. “Ya sea por cuestiones económicas o por el poder heredado, creo que esos temas siguen muy presentes y, por lo tanto, son universales”.
Y para Park, hay una verdad aún más profunda que late bajo la superficie: “Las guerras, en cualquier país, son siempre una derrota. Nadie gana nunca, aunque las victorias se cuenten en los libros”. La historia de Cheon-yeong es la historia de todos aquellos que pelean para escapar de algo que parece imposible. Pero como recuerda el actor: “La guerra solo se termina cuando se acepta que todos hemos perdido”.
Invasión, Insurrección está disponible en Netflix.