Si el arte es una perla y para su elaboración es ineludible sufrir, Taylor Swift vuelve el proceso aún más tedioso con la inclusión de la enemiga más poderosa de cualquier adulto funcional: la burocracia. En The Tortured Poets Department, su último álbum de estudio, Swift desclasifica la pérdida como si fuera un trámite y desempolva el archivero de su pasado, presente y futuro.
A pesar de haber despertado a los puristas de la poesía del letargo que permitió que Rupi Kaur fuera bestseller, Taylor Swift no retrocede ni se deja apabullar por las semánticas. Las letras son lo más cerca que alguien estará de llevar la poesía confesional de Anne Sexton y la ficción fantástica de Silvina Ocampo al primer puesto del Top Global.
The Tortured Poets Department, más grande que Jesús
Una de las leyes del universo de Taylor Swift era su capacidad para ser multiforme y accesible para el oyente casual. Algo que jugó un rol clave en el éxito del Eras Tour, una rareza con las proporciones y la energía de un ángel bíblicamente exacto que llegó a trastocar calendarios oficiales y flujos económicos con su halo pop. Pero, nuevamente, la chica dorada patea el tablero y juega al ajedrez con los tótems que componen su marca, despojándose de su traje de superheroína norteamericana. En The Tortured Poets Department la narrativa es bizarra, paródica, burda, impúdica e incluso un poco kitsch.
Así, mientras para algunos lanzar un álbum áspero, que por momentos parece sin editar, en el punto más álgido de su carrera es una falta de respeto, para otros es el advenimiento de su magnus opus. Lo cierto es que difícilmente será este el trabajo que convertirá más fieles, pero sí es el que confirmará que, si Swift posee un delirio mesiánico, es porque en este momento su poder de convocatoria revive una controversia que iniciaron unos tipos en los 60’s: ¿Cómo es ser más grandes que Jesús?
Con un total de 31 temas, la producción de The Tortured Poets Department oscila entre los hipos del sintetizador de Jack Antonoff (Bleachers) y los arrorós del folk de Aaron Dessner (The National). Los tracks parecen ser puntos en una línea de tiempo que se contorsiona hacia el pasado solo como excusa para avanzar hacia el presente. Intencionalmente, las melodías se interpolan con sus viejas canciones de amor y ofrecen el otro lado, la debacle.
De este modo, The Tortured Poets Department se presenta como una búsqueda del tesoro para alardear de la familiaridad con el sonido de Swift. I Look in People’s Windows suena como Death by a Thousand Cuts (Lover, 2019); So Long, London como Call it What You Want (Reputation, 2017); Loml como White Horse (Fearless, 2008); Cassandra como Mad Woman (Folklore, 2020); y I can do it with a broken heart como Mastermind (Midnights, 2022).
De su trágico final con Matthew Healy, frontman de The 1975, Taylor se llevó un corazón roto y varios samples. Por ejemplo, fragmentos y progresiones de Looking For Somebody (To Love) y About You. Además de los incontables paralelismos en las letras a lo largo de los años, en lo que significó una confirmación para los amantes y una paliza para los detractores: ambos estuvieron utilizando sus canciones como servicio de mensajería.
Muchas veces, Taylor se pierde en su propio relato, se cuelan sus pensamientos intrusivos y busca a tientas en la penumbra tras apagar las velas que convierten los deseos en hechos. No obstante, su cintura para el storytelling le provee de un hilo de Ariadna que organiza el camino para salir con vida del laberinto de metáforas y musas.
La muerte del autor y del artista
Según Roland Barthes, filósofo, ensayista y semiólogo francés, el discurso no es una categoría fija, es decir que, una vez difundida, la obra es reescrita, reinterpretada y actualizada por las voces del lector, que borrarán la del autor para que pueda existir la propia.
En Clara Bow y The Manuscript, broches del Side A y el Side B respectivamente, Taylor reconoce que tanto su legado como su obra la han trascendido como artista y entrega la potestad sin oponer resistencia. En Clara Bow, en honor a la actriz diagnosticada con esquizofrenia y recluida en una institución psiquiátrica, Swift referencia y reivindica la proeza de ser una mujer exitosa y desacomplejada en una industria feroz. “Bajo esta luz, te pareces a Clara Bow. Bajo esta luz, te pareces a Stevie Nicks”, escribe y parece hablar con las nuevas generaciones. Carpenter, Rodrigo, Adams: “Bajo esta luz, te pareces a Taylor Swift, vos tenes agallas, ella nunca las tuvo. El futuro es prometedor y deslumbrante”.
En su duelo, Taylor es la viuda de múltiples funerales: el de una relación estable desgastada por el tiempo, el de su más reciente ruptura que no pudo contra el boicot y las falsas promesas, el de su imagen pública y, finalmente, el de su oficio como cantautora que omite para complacer. Entonces, ¿es el dolor el gatillo o la pólvora? Bueno, Swift da entender que es mucho más complejo que eso.
El primer videoclip de esta era corresponde al primer track de The Tortured Poets Department, Fortnight, una colaboración con Post Malone. Contrario a la estética soft academia de las portadas, máquinas de escribir y un aire a Storni caminando por Mar del Plata, las visuales juegan con guiños al steampunk vaporoso de Lanthimos y se dan el lujo de traer a los originales poetas torturados, Ethan Hawke y Josh Charles (Dead Poets Society), en el rol de los psiquiatras que lobotomizan a Swift con terapia de electroshock, Clara Bow core.
Hoy, a tan solo una semana de su lanzamiento de The Tortured Poets Department y con un billón, sí, un billón, de streams solo en Spotify, el álbum mira hacia la próxima temporada de premios y ya se perfila como el final boss a vencer si algún artista desea volver a casa con algo más que la anécdota. Los números no solo no mienten sino que derriban una teoría que se torna conspiración, pero no consigue veracidad empírica: todavía el mundo no se ha cansado de Taylor Swift, y ese día parece cada vez más lejos.