Crítica de la película Sala de Profesores
Para Ilker Çatak, el mundo cabe en un aula: en Sala de Profesores (The Teacher’s Lounge) -su cuarto largometraje- el ecosistema cerrado de una escuela alemana funciona como una representación a escala de la sociedad, en la que se desarrolla un drama que hierve bajo la superficie de lo cotidiano. La película captura un vértice del malestar contemporáneo – difuso, indetectable, ubicado en los pliegues de la razón- para hacer una interrogación íntima sobre los límites del progresismo, allí donde las buenas intenciones chocan con la realidad.
Carla Nowak (Leonie Benesch) acaba de incorporarse como profesora a una escuela secundaria afectada por una serie de pequeños robos. Ali (Can Rodenbostel), alumno de Carla e hijo de inmigrantes turcos, es el culpable perfecto para el consenso silencioso del profesorado y la dirección. La “política de tolerancia cero” de la escuela implica una extorsión disimulada para que se denuncien entre compañeros. Carla, de origen polaca, siente empatía por el cordero inmolado y parece demostrar un inquebrantable sentido de la moralidad: está del lado de sus alumnos y no duda en oponerse al clima de sospecha que infecta la sala de profesores.
La estructura de la escuela se pone de relieve mediante un juego de circulación: los alumnos se organizan y toman una actitud pasiva-agresiva (a través del periódico escolar, luego desobedeciendo en clase), los padres de los alumnos critican la gestión del caso y la dirección opta por soluciones que Carla cuestiona.
Çatak filma a la escuela como un sistema cerrado que se abastece a sí mismo. Una pequeña comunidad que tiene sus propios líderes, su prensa y su pueblo de adolescentes, que se ve sacudido por los mismos microfascismos de las sociedades occidentales: racismo encubierto, comisarios de turno, el pánico por la seguridad y los excesos autoritarios que produce, noticias falsas que se mezclan con la cultura de la cancelación.
Sala de Profesores presenta la figura del adolescente como ambigua (contrariamente a la “infantilización” del cine estadounidense), o directamente perversa -una invocación a Michael Haneke (Benesch trabajó en La Cinta Blanca). Estos alumnos llevan un factor de crueldad en la sangre, como si fueran el prototipo larvado del adulto que serán en el futuro.
Çatak registra no sólo acciones y diálogos, sino la estructura misma de una batalla de ocupación simbólica entre adolescentes y adultos. La puesta en escena hace evidente la organización espacial de las relaciones de poder en el aula: como profesora, Carla ocupa una posición de superioridad, pero cuando se ve debilitada -por un miembro de la dirección, por una “protesta” de sus alumnos, o por las quejas de los padres- queda relegada a un plano intermedio.
En estas secuencias, Leonie Benesch lleva una máscara de ansiedad desfigurada por estremecimientos que delatan la ingenuidad rota y la justicia herida de su personaje, mientras sus alumnos mezclan desconfianza, docilidad y agresión.
Sala de Profesores es un juego de percepciones allí donde toda subjetividad es percibida como una certeza. Una película que borra la distancia entre ideal y realidad, entre aquello que separa la exterioridad de una institución -los mensajes inclusivos, la modernidad y el progresismo- de la mezquindad de las personas que la sostienen.
En su búsqueda permanente de tensión, entre la steadicam que recorre los pasillos de la escuela y los contraplanos estáticos que acentúan el peso de los enfrentamientos, Sala de Profesores desarrolla una historia retorcida, que rechaza el manierismo para tocar el malestar del mundo contemporánea. El espíritu de la película de Çatak reside en el inquietante dilema de una verdad vacilante: el síntoma difuso, sin identificar, de la crisis de las democracias y el barbarismo de la cultura actual.
