Peter Farrelly reprimió su inclinación por el caos y el absurdo para ganar el Oscar a la Mejor Película con Green Book (Una Amistad sin Fronteras) de 2018, una reinvención que transformó su carrera en un director dramático que continuó con la decepcionante The Greatest Beer Run Ever de 2022. Con Ricky Stanicky vuelve a su forma más desequilibrada, una alegre historia sobre un trío de amigos que intentan perpetuar una mentira infantil hasta el extremo de convertir sus vidas en un simulacro.
Augusto Monterroso decía que “el buen humor debe hacer pensar. Y, a veces, hasta hacer reír”. No es la filosofía de Farrelly: Ricky Stanicky busca activar la mecánica del humor a través de lo ridículo y lo exagerado, une lo extravagante a una dulce historia sobre cómo encontrarte a tí mismo, a tus amigos y la felicidad a través de la honestidad. Un cuento moral grotesco, incluso si demuestra que John Cena es un demente encantador que puede hacer cualquier cosa.
Ricky Stanicky abre con un flashback de la noche de Halloween de 1999, en la que un trío de niños – Dean, JT y Wes – intentan una broma escatológica que termina en el incendio de una casa. Antes de que llegue la policía huyen de la escena pero, en un momento de inspiración divina, tienen la idea de plantar una pista falsa: una campera con el nombre inventado Ricky Stanicky escrito en el cuello.
Ricky Stanicky y la invención de la mentira
Adrenalina, vandalismo e impunidad: emociones fuertes para los niños que ven nacer así una mentira duradera: la de un amigo imaginario diseñado para cargar con la culpa de sus diversas travesuras. De adultos continúan con la tradición: Ricky Stanicky sirve como excusa para escapar de cualquier compromiso no deseado, de cualquiera de esos inventos contra natura del protocolo social. Un baby shower (¿en serio?). Dean (Zac Efron), JT (Andrew Santino) y Wes (Jermaine Fowler) prefieren otras actividades: un fin de semana en Atlantic City para ir a un concierto, apostar y emborracharse. Esta vez, Ricky Stanicky tiene cáncer.
En Atlantic City conocen a Rock Hard Rod (Cena), un buscavidas alcohólico con ínfulas de actor que realiza una performance temática en la que interpreta canciones rock clásicas transformadas en himnos masturbatorios. Cuando las sospechas sobre la existencia de Ricky Stanicky de las familias y parejas del trío de amigos se hacen insostenibles, deciden contratar a Rod para que interprete al amigo que nunca existió.
Los antecedentes ficticios de Ricky Stanicky incluyen haber sido un filántropo trotamundos que trabajó con Bono en África y diversas ONGs ambientalistas. El trabajo parece fuera del alcance de Rod – especialmente cuando todavía está temblando por la abstinencia de alcohol – , pero se ha vuelto un actor de método: llega a las fiestas como un torbellino – vestido con un impecable traje color canela y un sombrero de ala doblada -, y muestra una personalidad vivaz y carismática (y un profundo conocimiento de la historia inventada de Ricky). El impostor convence a todos. Tanto, que pone en peligro las vidas sentimentales y laborales de los amigos.
John Cena, productor del absurdo
John Cena es lo más parecido que tiene la película a una gracia salvadora. Como superestrella de la WWE, es una elección inteligente para un personaje desmedido como Ricky Stanicky. Su presencia en pantalla desborda la energía ilimitada de un hombre acostumbrado a pasar tres noches a la semana arrojándose sobre un ring, que se siente cómodo siendo el centro absoluto de atención. Ese esfuerzo se adapta perfectamente a Ricky: un hombre que ve cada día como una oportunidad para mejorar su vida y hará lo que sea necesario para aprovechar las oportunidades que se le presenten. Rod es John Travolta y Ricky Stanicky es su Vincent Vega.
Los chistes son débiles, pero Cena aborda cada toma como si pudiera darle un poco de oxígeno a tanta mediocridad. De alguna manera precisa y elástica, su actuación refleja la ética de un profesional que ha convertido en un arma la desconexión entre el humor absurdo y su físico descomunal. Su compromiso con el personaje nunca ha estado en una exhibición tan gloriosa.
Al final del tercer acto, Ricky Stanicky intenta alcanzar un ritmo emocional más sombrío al revelar algo sobre el pasado de Dean que es sorprendentemente oscuro para una película cuya idiotez es su modo predeterminado. Zack Efron queda atrapado en su papel. Y aunque ha demostró que también es un talentoso actor dramático (The Iron Claw), no hay ser humano que pueda vender la epifanía extremadamente seria de Dean sobre por qué siempre ha tenido tanto miedo de la verdad. Un giro tan fuera de lugar que su humor involuntario resulta más divertido que la mayoría de los chistes de la película.
Por más incómoda y simplista que pueda ser esa revelación, habla del espíritu de Ricky Stanicky: una película menos interesada en obligar a sus personajes a crecer que en presionarlos a aceptar la verdad de quiénes son en realidad. Es posible que Farrelly haya obtenido un Oscar por pretender ser un adulto, pero siempre le importarán más las erecciones de perros que el drama humano.