Cobweb, el cuento gótico de Samuel Bodin
Con Cat People, Jaques Tourneur demostró en 1942 que es más eficaz fabricar angustia y ansiedad con las fuentes del terror apenas entrevistas, al borde de lo imperceptible. En el comienzo de Cobweb (Toc Toc Toc), Samuel Bodin crea una mundo paralelo invisible para mostrar que hay una verdad de la noche cuando transcurre sin la anestesia del sueño: Peter (Woody Norman) no puede dormir, insiste en que hay algo detrás de las paredes de su dormitorio.
El director francés sólo necesita la geografía imprecisa de un empapelado vintage -que crea un efecto visual de movimiento si se mira demasiado, y tal vez sí se esté moviendo-, un niño de 8 años insomne, unos golpes en la pared y unos padres escépticos -que insisten en que su hijo tiene una imaginación activa- para poner en escena una atmósfera saturada de tensión psicológica con la que comienza su cuento gótico contemporáneo.
La película potencia los efectos de lo disponible: busca esa ambigüedad (¿Hay una niña espectral del otro lado que susurra el nombre de Peter o todo es producto de la mente dañada del niño?), mientras ubica la historia en una casa oscura, vieja y vencida y desafía el estereotipo familiar, con dos adultos que supuran algo insano por debajo de su apariencia protectora. Mientras Antony Starr (The Boys) interpreta a la figura paterna enojada y celosa, Lizzy Caplan (True Blood) sabe transmitir a una madre mentalmente trastornada que se rige por el miedo. Cobweb está en su mejor momento cuando se mueve entre lo creepy y lo desconocido.
Cobweb, el retorno de lo reprimido
Pero la película se va diluyendo en los tropos gastados del género a medida que materializa y hace explícito lo insinuado en la casa y en los personajes. Cuando la maestra de Peter (Cleopatra Coleman), preocupada por el niño, visita la casa, los padres responden con una actitud defensiva que revela la hostilidad de una pareja que alterna entre padres cariñosos y captores aterradores. Si la voz detrás de la pared le advertía a Peter que sus padres no son lo que parecen, Peter descubre que tienen un pasado es demasiado oscuro, con heridas tan profundas que se han convertido en una amenaza.
Cobweb puede leerse como una analogía del concepto de Freud el retorno de lo reprimido. La clave de toda la película está en un reloj de pared, que oculta una pequeña puerta que comunica con el otro lado de la pared. Cuando el reloj se rompe, hay una ruptura en la temporalidad y el pasado se arrastra hacia el presente; lo que estaba reprimido regresa para aterrorizar a Peter y vengarse de los padres -una especie de sublimación sado justiciera- que han sido incapaces de representar simbólicamente lo sucedido.
Bodin y el guionista Chris Thomas Devlin saben de dónde sacar las ideas, pero no a dónde llevarlas. Las buenas actuaciones -mientras que Caplan y Starr encarnan el desequilibrio contenido, Norman (C’Mon C’mon) le da a Peter el nivel preciso de entrañable ingenuidad y dulzura a Peter- y la fotografía de Philip Lozano -que busca en la penumbra permanente la relación entre lo visible y lo invisible, la dinámica de lo impresentable que distorsiona la realidad hasta el punto de mostrar costuras más ásperas- no alcanzan para hacer de Cobweb una película que salga de ese catálogo de películas de terror demasiado asimiladas, prediseñadas y poco ambiciosas.
