The Quiet Girl de Colm Bairéad
“Solo deberían existir las palabras que mejoren el silencio”
Adverbio hindú
Cáit tiene 12 años y los ojos infinitos. Cáit es introvertida, sensible, adorable. Cáit tiene un deseo: quiere ser invisible; y un problema: ya lo es. Para sus padres y sus hermanas es una presencia leve pero incómoda, como si fuera un fantasma tímido al que hay que ignorar. Cáit se esconde -sola, siempre sola- en el pasto crecido, debajo de la cama, como si no quisiera enfrentarse a lo prescindible de su ser. Cáit mira siempre para abajo, quizás porque no hay demasiado para ver: sólo la pobreza de su casa, el campo irlandés, el desamor de una familia rota por la falta de dinero.
En la Irlanda rural de 1981, una madre espera a su cuarto hijo. La menor, Cáit (la emocionante Catherine Clinch, talento en estado natural) es enviada durante el verano a la casa de una pareja, primos lejanos. Una boca menos que alimentar, una manera de oficializar su invisibilidad. “¿Cuánto tiempo deben tenerla, hasta después del bebé?”, la madre le pregunta a su marido. “Pueden quedarse con ella todo el tiempo que quieran”.
Pocas películas pueden capturar de manera tan delicada el desconcierto de la infancia. The Quiet Girl, la ópera prima de Colm Bairéad -una adaptación del cuento Foster de Claire Keegan-, es una pequeña maravilla que equilibra ternura y modestia para retratar el déficit emocional y la complejidad de los sentimientos sin caer nunca en el sentimentalismo.
En ese hogar sustituto, Cáit encuentra la atención y el cuidado de Eibhlín (Carrie Crowley) y la parquedad cariñosa de Seán (Andrew Bennett). Una especie de simulacro, una copia mejorada de la realidad: parientes lejanos que se convierten en el reflejo de sus padres, un espacio idílico en el que la niña solo puede cambiar, cada vez más cerca de captar el significado de ser verdaderamente aceptada y comprendida, aunque tarde en descubrir el papel que su presencia asume en esa casa, que la aparente distancia de Seán oculta una ternura reprimida, que el afecto de Eibhlín disimula la sombra de un trauma.
“No tienes que decir nada. Muchas personas perdieron la oportunidad de no decir nada y perdieron todo por eso”, le dice Seán a Cáit. Al final, la niña elige callar ya no por miedo, sino porque ha encontrado un nuevo sentido de sí misma: alguien que comprende todo lo que se puede ganar en la simplicidad del silencio. Say No More.
Transitar lo indecible
La escritura lacónica y minimalista de The Quiet Girl -la película nominada por Irlanda para competir por el Oscar 2023 tras ser premiada a nivel nacional y en el Festival de Cine de Berlín- retrata un mundo lleno de matices. Todo funciona: las enormes actuaciones, el control preciso del tiempo y el ritmo de Bairéad, la suave fotografía de Kate McCullough -que muestra no solo las discrepancias entre las dos realidades de Cáit, sino también logra hacer explícitos sus sentimientos-, los diálogos en gaélico que parecen contener todo el drama de Irlanda en una oración.
Los gestos, las miradas, la respiración irregular del miedo, el cuerpo que se dobla sobre sí mismo, la sonrisa de agradecimiento: The Quiet Girl está organizada alrededor del silencio de Cáit, como si ese silencio fuera la expresión de la unidad originaria de todo lo existente. Cáit es la niña que habla con los ojos, la que transita lo indecible, la que usa el silencio como una forma de encantamiento.