En The Lost Daughter (La Hija Oscura), el meticuloso debut como directora de Maggie Gyllenhaal con Olivia Colman y Dakota Johnson, la cineasta trabaja con una historia familiar: una mujer mayor se reconoce a sí misma en una mujer más joven, reflexiona sobre su propio pasado problemático y, presumiblemente, llega a un conocimiento personal profundo. Sin embargo, la película – basada en una novela de Elena Ferrante – , trasciende este tropo en su rápida salida de la normalidad y su transición hacia la intriga psicológica.
Las tensiones centrales de la película radican en el choque entre el pasado y el presente, la culpa y la aceptación. ¿Cómo los padres, en especial las madres, borran su culpa? ¿Cómo hacer frente a las acciones pasadas que parecen atroces para una sociedad que juzga con crueldad a las mujeres? Si bien The Lost Daughter deja a los espectadores sin respuestas ordenadas, es una hermosa crónica tanto de la soledad como del dolor maternal.
The Lost Daughter: muñeca rota
Leda (Olivia Colman), una exitosa profesora, está de visita en Grecia para unas vacaciones muy necesarias, pero se ve irritada por una ruidosa familia que vacaciona en el lugar, de la cual Nina (Dakota Johnson), una joven madre, es miembro. Ser testigo de la angustia de la mujer, exacerbada cuando su hija pierde su muñeca favorita, hace que Leda reflexione sobre su propia ambivalencia sobre la maternidad y su eventual decisión de abandonar a sus hijas cuando eran pequeñas, aunque haya sido temporalmente. Su robo impulsivo de la muñeca tiene implicaciones drásticas para los personajes y está relacionado con su pasado fracaso maternal.
Colman captura la soledad y el desafío de su personaje en sus reacciones espinosas tanto con el gerente del hotel Lyle (Ed Harris), que está curando sus propias heridas paternas, como con la cuñada de lengua ácida de Nina, Callie (Dagmara Domińczyk). Si bien la amabilidad superficial de Leda hacia Nina podría parecer una forma barata de eliminar su duradero sentimiento de culpa, su generosidad es demasiado mordaz para ser un esfuerzo auténtico, por lo que la trama nunca se convierte en un cliché.
En cambio, la dicotomía entre su aparente amistad con Nina y el robo de la muñeca de su hija crea una tensión sostenida que se siente cada vez más peligrosa a medida que se desarrolla la película. En última instancia, la hostilidad disfrazada de Leda hacia Nina y su abierto desdén por la familia de la mujer más joven se vuelve casi masoquista. Es como si, al lastimar a Nina, se probara a sí misma lo horrible que puede ser en realidad.
Así como sus genuinos y fallidos esfuerzos por lograr la paz y la tranquilidad mientras está rodeada de vacacionistas increíblemente groseros provocan la simpatía de los espectadores, Leda no es pura tragedia, ni siquiera está rota, pero tampoco está del todo equilibrada. Es esta inestabilidad de carácter lo que Colman, con un ceño fruncido perpetuo y monitoreando las acciones de los demás tanto como las suyas propias, capta a la perfección.
Las escenas comienzan como recuerdos de su cercanía con sus hijas – una joven Leda interpretada por Jessie Buckley (Men, Women Talking) – , pero pronto se transforman en recuerdos más dolorosos sobre todas las veces que las resentía por exigirle más de lo que ella quería dar. En una secuencia que sería dura si el toque de Gyllenhaal no fuera tan seguro, Leda reacciona con enojo cuando su hija Bianca desfigura su muñeca favorita de la infancia. Rara vez se ha explotado de manera tan evocadora como aquí la espeluznante práctica de dar a las niñas muñecas en forma de bebé con los que imitar la maternidad.
Pero incluso después de que algunos tensos flashbacks hayan introducido notas de inquietud, Leda aún podría ser lo que le parece a Nina: una aliada poco interesante pero útil que simpatiza con sus propias frustraciones como madre y con su familia controladora. Pero entonces Leda hace algo inexplicablemente perverso. Después de encontrar a la hija de Nina – que se había escapado luego de escuchar a sus padres pelear, lo que provoca un pánico generalizado – roba su muñeca.
Este acto diminuto y conflictivo, uno que ni siquiera estamos seguros de que la propia Leda entienda, es la piedra en el zapato que va desbloqueando niveles de su insondable psicología, que son oscuros, preocupantes y horribles, y que cualquier mujer atascada en la maternidad puede reconocer.
The Lost Daughter y la ambivalencia de la maternidad
En cada madre, una pizca de ambivalencia acerca de la maternidad; en la boca de una linda muñeca, un gusano. “¿Cómo se sintió estar lejos de sus hijas?” pregunta Nina, esperando una respuesta llena de angustia y arrepentimiento. El arrepentimiento está ahí, pero la respuesta que llega: “Me sentí increíble”, es perfectamente honesta porque es inesperada.
Así es como Gyllenhaal – con una certeza que parece casi milagrosa en una cineasta primeriza – diseñó The Lost Daughter: aunque en realidad suceden muy pocas cosas, la forma en que las cosas no suceden es de alguna manera una sorpresa continua y apasionante. La tensión nace de la incertidumbre, en cualquier situación dada, sobre cómo se comportará Leda.
Las acciones de Leda son una forma elaborada de autocastigo que algunos espectadores incluso podrían creer que es su justa recompensa. Sin embargo, la mirada honesta de Gyllenhaal a las demandas de la maternidad también podría despertar algo de empatía en la audiencia. Los padres nunca son libres, y es la libertad por la que Leda se ha esforzado, a un costo tremendo para ella y para los demás. The Lost Daughter es una mirada inquebrantable a los subproductos de la culpa materna y el aislamiento que la maternidad produce en gran parte de las mujeres.