Jim Bakker es una de esas personas que en vez de decir que está excitado dice: “esos impulsos que sólo Satán aprobaría”. Para Tammy Faye, un tapado de visón es el amor de Dios hecho a medida. Se conocieron en la escuela de evangelistas, antes de formar un imperio que llegó a tener 20 millones de soldados de Cristo todos los días del otro lado de la pantalla del televisor, dispuestos a contribuir con la causa. Los Ojos de Tammy Faye (The Eyes of Tammy Faye) es la crónica del ascenso y caída de una pareja que hizo un ménage à trois con Dios.
Jim (Andrew Garfield) es la palabra, Tammy (Jessica Chastain) es el show. Ya lo había aprendido de niña: unas convulsiones y un balbuceo con sonidos extraños hacen maravillas en una iglesia. Esa performance pudo hacer que ella, un recordatorio viviente del divorcio de su madre, pase a ser un pequeño milagro habitado por el Creador. Jim se entregó por voluntad propia a divulgar los evangelios, después que Dios le hiciera un favor: permitió que viviera el niño que había atropellado con su auto (el mismo que Dios permitió que atropellara).
Los Ojos de Tammy Faye: el ascenso y caída de los groupies de Dios
En Los Ojos de Tammy Faye, Garfield y Chastain vacían de cinismo a los personajes hasta convertirlos en militantes del pensamiento mágico: parece como si de verdad creyeran tener línea directa con Dios. “El Señor me dijo que quiere que tenga esta mansión”, dice Jim; “A mí me dijo que no me podés dejar sola en casa”, reclama Tammy. Su relación está tercerizada, como si un intermediario administrara su realidad doméstica. Son los groupies de Cristo, que en la espectacularización de su fe encontraron un buen negocio: la eternidad low cost, en clase business, a un llamado de distancia.
Pero Chastain va más allá: llena a su personaje de una contradicción existencial autoconsciente, como si la falsedad de sus pestañas no pudiera ocultar la verdad de sus ojos. Una actuación consagratoria en la que puede conjugar frivolidad con cristianismo, envidia por el lujo ajeno con amor a la humanidad, maquillaje grotesco con sensibilidad desbordante. Tammy es una fuerza kitsch que no duda en sentarse en la mesa de los grandes señores de la derecha conservadora para dar sus puntos de vista inclusivos, que canta canciones orgásmicas sobre el Señor, que desafía todos los prejuicios de la época para entrevistar a un enfermo de SIDA, lo que la transformó en un ícono retrospectivo de la comunidad LGBT.
Los Ojos de Tammy Faye se asienta sobre el esquema up-and-down de personas con demasiado poder que se arruinan por sus propios excesos. Del espectáculo de marionetas al espectáculo lacrimoso de la tv trash, del programa infantil a tener la tercera cadena más vista de Estados Unidos en los 70’s y 80’s, de ser los dueños del rating a ser parias del tele evangelismo, entendieron antes que nadie que la emoción barata y espontánea era más importante que el miedo prefabricado de la religión para ganar adeptos y contribuciones.
El guion de Abe Sylvia se esfuerza por reivindicar la figura de Tammy Faye, un clown mediático, cuya ambición por momentos es más espiritual que material, más necesitada de amor conyugal que de paz interior, más ingenua que culpable del desvío de fondos de su esposo. Un retrato parcial que le resta sordidez al personaje real para enfatizar su lado feminista y piadoso. La película se sostiene por la fuerza interpretativa de Chastain, capaz de contener la levedad entusiasta de los primeros años y la depresión anestesiada de ansiolíticos cuando su mundo se cae a pedazos, demostrando que Dios no será un estilista, pero algo sabe de actuación.