Crítica Tenemos un Fantasma con David Harbour
La relación entre la sociedad y la tecnología comienza a ser una parte integral de historias que combinan monstruos primitivos con patologías ubicadas en el inconsciente colectivo de la Generación Z. ¿Cómo hacer un relato gótico en pleno siglo XXI sin caer en los lugares comunes del género? Incorporando las redes sociales. En el camino hay un desplazamiento del sentido: el terror ya no pasa por lo sobrenatural, sino por la vida fantasmática de internet, su capacidad instantánea de crear fama, dinero, dioses o monstruos en el que proyectamos nuestros deseos.
We Have a Ghost (Tenemos un Fantasma) es lo suficientemente entretenida y superficial para no ser provocativa, pero de alguna manera pone en escena el escepticismo contemporáneo: los antiguos mitos y leyendas, el lado B de la realidad, causan más gracia que miedo. Si antiguamente lo sobrenatural retrataba las pulsiones y las zonas oscuras de la mente tras la muerte de Dios, ahora son una commodity más, capaz de ser explotada en la red para beneficio personal.
Ernest (David Harbour) es un fantasma que desde los años 70’s ha estado espantando a las familias que se mudan a la casa que habita. Es un ser frágil y traumado, que aprendió un papel que ya no funciona: cuando intenta horrorizar a Kevin (Jahi Di’Allo Winston) con una clásica pantomima fantasma, recibe una insultante indiferencia. Kevin era lo que Ernest necesitaba: un adolescente sensible que lo viera ridículo pero también como la persona que fue alguna vez. Ernest no habla, no recuerda: solo tiene reminiscencias de un pasado que puede ser trágico.
Kevin mantiene un relación tensa con su padre Frank (Anthony Mackie). Su personalidad introspectiva y humanitaria choca contra el pragmatismo de su progenitor, que ya ha fracasado demasiadas veces en la vida como para dejar pasar la oportunidad de tener un fantasma en su ático. Frank sube los videos de Ernest a Youtube y se desata la ernestmanía: videos de reacción, memes, contranarrativas, conspiraciones, freaks, el challenge tonto y peligroso, fans en la puerta de la casa, merchandasing, proyectos cinematográficos, noticieros. Y la CIA, que asume que Ernest es una amenaza para la seguridad nacional.
Lo que hace que Tenemos un Fantasma funcione es el vínculo entre Kevin y Ernest, una relación basada en la incomprensión y el aislamiento de los marginales en un mundo hostil. Hay preocupación y cuidado por el otro, mientras intentan averiguar -junto a la efervescente Joy (Isabella Russo)- qué sucedió en la vida de Ernest para convertirlo en un fantasma que acecha la casa. David Harbour no tiene líneas de diálogo, pero su humanidad enciende la pantalla.
El resto de los personajes son caricaturas intrascendentes, como si Landon quisiera dejar en claro quiénes son los verdaderos fantasmas de la historia: gente atrapada en el narcisismo, en la búsqueda de dinero y fama, en la autoexplotación y en la explotación del Otro como mercancías en la virtualidad de internet. Tenemos un Fantasma no es lo suficientemente inteligente como para ser una comedia, no utiliza los tópicos de una película de terror, ni es agresiva como crítica social, pero muestra sensibilidad para retratar una relación humana entre tres outsiders, mientras afuera sucede el apocalipsis zombie digital.