Sympathy for the Devil: la estética de la desesperación
Sympathy for the Devil es menos una película que una puesta en escena para Nicolas Cage: la escenografía para que intente hacer un villano memorable con todo un repertorio actoral hecho de caos, hipérboles y locura. Cage lo deja todo, pero el guionista Luke Paradise y el director Yuval Adler hacen mal lo que Quentin Tarantino y los hermanos Safdie (Heaven Knows What, Good Time, Uncut Gems) hacen bien: explorar la banalidad del mal (Tarantino) con un realismo sucio en el que la violencia, las drogas duras y la desesperación configuran la estética de la marginalidad (Josh y Benny Safdie).
Si en el cine de Tarantino y los Safdie hay esa clase de adrenalina, violencia desmedida y alucinación de los que no tienen nada que perder, Adler busca hacer una película saturada de tensión a través de recursos que se sienten artificiales: un viaje en auto por las autopistas de Las Vegas a punta de pistola, policías del camino, una parada para cenar en un restorán de paso, Cage en estado de orgasmo actoral. Y un misterio: ¿qué relación, qué herida no cerrada unen a los dos personajes de la película?
David (Joel Kinnaman) está a punto de ser padre por segunda vez. Cuando llega al hospital donde su esposa está en trabajo de parto, un hombre de pelo escarlata, mirada de maníaco asesino y un revólver en la mano (Cage, El Pasajero), le ordena que conduzca. Será un viaje hacia lo desconocido y hacia un pasado con secuelas en el presente: El Pasajero es alguien profundamente perturbado, que culpa a David de sus desgracias por algo que pasó hace 15 años. David le repite una y otra vez que él no es quien cree que es.
Nicolas Cage, el excéntrico profesional
Hay historias de mafias, asesinatos y traumas no cicatrizados en el discurso de El Pasajero. Cage se mueve entre el maníaco depresivo, el filósofo de café y el demente violento. Es alguien capaz de poner I Love the Nightlife de Alicia Bridges en la máquina de discos del restaurante y bailar la canción de manera espástica con la pistola en la mano.
Hay en Cage una permanente búsqueda de lo exótico, de correr los límites de la actuación, que absorbe todo lo que hay en la pantalla. Pero aquí no encuentra una red de contención, una trama que justifique la inversión de energía. Sympathy for the Devil es una vidriera diseñada para la actuación intensamente desconcertante de Cage y poco más que eso. Kinnaman usa su voz suave para crear el carácter de hombre común: es alguien con mala suerte y que sólo quiere volver con su esposa. Su actuación crece cuando intenta encontrar el alma de El Pasajero. El dúo funciona en su contraste de personalidades.
Las lentes nocturnas del director de fotografía Steven Holleran recrean una estética neo noir, un mundo de neón en la que resaltan los rojos y verdes azulados. La música original de Ishai Adar suena como si el acero llorara para acentuar la tensión prefabricada de la película. Sympathy for the Devil muestra a Cage como el artista kamikaze cuyo lenguaje corporal inasimilable circula por los agujeros de un relato predecible con ínfulas de ser un tour de force por los abismos de la locura y de la venganza.