Para Koji Fukuda, la normalidad supura algo insano: sólo necesita un evento que desencadene un abismo de resentimientos secretos y pasiones violentas, emociones que se esconden debajo de la apariencia de orden y cordialidad en cualquier familia modelo de Japón. En Love Life ese evento es extremo: la muerte de un hijo. La tragedia le sirve al director japonés para explorar el dolor cuando trae de regreso un pasado, siempre latente, para atravesar un presente que se vuelve insoportable.
Mientras la ropa mojada se seca en el balcón, Taeko (Fumino Kimura, en una actuación silenciosa y emocionalmente transparente), juega con Keita (un encantador Tetsuda Shimada), el hijo precozmente inteligente que tuvo con su anterior pareja. Su nuevo esposo, Jirô (un Kento Nagayama rígido e impulsivo), prepara la comida para una celebración íntima con la familia y los amigos.
Fukuda comienza Love Life con una larga secuencia que destila una paciente incomodidad (la ex pareja de Jirô aparece sin previo aviso, los padres de Taeko maltratan a su nuera por darles un nieto bastardo y no uno propio), que revela de una manera oblicua la mecánica de las relaciones que conducirán al centro del drama, después de que esa tarde Keita resbale en la bañadera y se ahogue durante la reunión.
Love Life, el amor asincrónico según Kôji Fukada
Taeko es el prototipo de la discreción sumisa y cortés. Love Life gira en torno a esta mujer a la que se le pide que acepte educadamente y en silencio el martirio. Por momentos, su comportamiento tiene la cualidad esquiva de la abstracción. La repentina e histérica aparición del padre de Keita en el velorio, saca Taeko del letargo en el que la había sumido la tragedia. La furia ardiente de Park (Atom Sunada) es tan disonante en la perfecta solemnidad del funeral, que hace que Taeko se dé cuenta de que su actual esposo no puede llorar a Keita de la manera que ella y su ex deben hacerlo.
El dolor de Taeko se convierte en lo único que tiene sentido, mientras los demás intentan “acostumbrarse a un mundo sin Keita lo más rápido posible”. Un malestar amorfo, indefinido, representado en pequeños detalles a lo largo de la película, en la que Taeko parece no estar en sintonía con el mundo que la rodea. Su aislamiento dentro del cuadro revela su ostracismo dentro de una sociedad que rechaza las “cosas usadas” (como su suegro le recordó en referencia a ser una madre soltera).
Mientras Jirô se siente amenazado por la presencia de Park -él también vuelve a la órbita de su ex, Yamazaki (Yamazaki Hirona)-, los intercambios de Taeko con su ex marido sordo le permiten encontrar una forma de armonía gracias al lenguaje de señas, que impone un ritmo renovado a las secuencias y resaltan la dimensión rítmica de la dirección de Fukada (que lo acercan al estilo de Ryūsuke Hamaguchi), especialmente durante el reencuentro: el paso de algunos trenes llena el diálogo para subrayar la mezcla de ira, arrepentimiento y rencor que se apodera de Taeko ante el regreso de un antiguo amor.
Kôji Fukada es experto en transmitir las tensiones y resentimientos latentes que existen y crecen entre los individuos. Pero Love Life nunca es más conmovedora que cuando hace del silencio la forma más elocuente de expresar las emociones.