Un niño explora los signos de vida marina en las pequeñas lagunas que se forman cuando la marea baja debajo de los acantilados. La tierra agitada parece una zona de guerra natural, rodeada de una belleza blanca y fría. Su madre mira el horizonte, pero parece no ver nada. Eso es Hope Gap (Las Cosas que no te Conté): el vacío que queda cuando algo se va.
Annette Bening y Bill Nighy hacen dos retratos antológicos sobre un matrimonio que termina y una vida que se rompe, en medio de una historia redundante sobre la diferencia entre la idealización y la realidad del amor, sobre los escombros emocionales de haber vivido una ficción demasiado tiempo.
Grace (Bening) es intensa, demandante. Edward (Nighy) es pasivo y amable. Ella recopila poesías como si fueran un manual de autoayuda ante la adversidad; él es un profesor de Historia que usa la retirada de las tropas Napoleón de Moscú como metáfora de su vida. Hasta el espacio que ocupan en su casa de la zona costera de Seaford es un símbolo de su relación: sus escritorios hacen que estén de espaldas uno a otro, distantes, con vistas opuestas del paisaje.
Cuando Grace sugiere que festejen sus 29 años de casados hay un quiebre: porque ella desea que por una vez Edward tome alguna puta decisión, y él lo único que desea es que Grace lo deje tranquilo. Decidió irse: conoció a alguien.
Mientras que para Grace la separación será un infierno que traduce en agresividad y negación, para Edward una liberación que se parece a la culpa. Su hijo Jamie (Josh O’Connor) viajará desde Londres todos los fines de semana para hacer de mediador, de mensajero y confidente. Parece más comprensivo que angustiado mientras trata de minimizar los daños en ese terreno inestable del divorcio. Pero su madre está deshabitada del mundo y de los seres que la rodean. Su vida es un núcleo de dolor, una mezcla de esperanza del regreso de su marido con provocaciones violentas, que toman un giro ácido cuando compra un perro al que llama Eddie y lo comienza a adiestrar.
Las Cosas que no te Conté: William Nicholson y el trauma
El prestigioso guionista y dramaturgo William Nicholson -nominado al Oscar por Gladiator (Ridley Scott, 2002)- usa la película como un dispositivo terapéutico para narrar la historia de sus propios padres con una puesta en escena neutra, como si no quisiera agregar ningún elemento dramático a una relato que ya está saturado de drama.
Pero el director toma tanta distancia de lo que sucede que no logra que nos identifiquemos con los personajes: Grace es una máquina sufriente, que produce menos empatía que lástima; Edward es alguien que se cansó de fingir ser alguien que no es, que encontró a una mujer que está cómoda con su sumisión y con su quietud, y hace que solo nos preguntemos cómo hizo para estar tanto tiempo al lado de su esposa.
Nicholson no profundiza en su relación, sino que elige mostrar su final. Presenta un contraste absoluto, dos personalidades opuestas en el frágil equilibrio de una perfección complementaria que se termina revelando como una mentira compartida. Luego la película se vuelve un déjà vu de sí misma, una antinarrativa con dos personajes que se repiten en sus gestos y actitudes, sostenida por una Annette Bening que llega al alma sangrante de Grace, una reserva emocional llena de amor y resentimiento y por el siempre genial Bill Nighy, que hace un retrato contenido que nivela sus heridas con su decisión de no volver, capaz de soportar cualquier humillación para aprovechar su oportunidad de ser él sin máscaras.
Las Cosas que No te Conté no puede escapar de la teatralidad de su autor. La cámara fija y la luz plana hacen imágenes materialistas en las que pesan los cuerpos y el espacio que ocupan de una manera literal y sin ambigüedades. Nicholson parece no querer involucrarse con la historia de sus padres y le da a la película una calidad de autopsia más que de retrato autobiográfico en lo que termina siendo un relato sin relieve sobre el sentimiento primario del naufragio afectivo, sobre el matrimonio como un campo de batalla en el que no hay lugar para los débiles.