Son los tiempos del gore urbano, del psycho killer como el enfermo predilecto para el consumo masivo. Holy Spider no expande los límites del género, pero su procedencia le cambia el registro: al no desarrollarse en el contexto habitual de sociedades occidentales más o menos seculares y pertenecer al ecosistema cerrado de Irán, ese cambio de escenario ideológico hace que la película de Ali Abbasi se convierta en un manifiesto político: ¿Qué pasa cuando un asesino de prostitutas es declarado la mano de obra de Dios, que hace su trabajo sucio que ni la policía se anima a realizar?
Abbasi se instala en los callejones laterales de la marginalidad para mostrar que por debajo del discurso frígido de la religión se esconden la miseria, las drogas y el mercado del sexo. Basada en un caso real de 2001, Holy Spider es de un realismo sucio visceral, una serie continua de abyecciones individuales y colectivas que crean una atmósfera asfixiante de misoginia permanente.
Holy Spider: la guerra santa según Ali Abbasi
Estamos en la región santa de Irán Mashhad, la Ciudad de los Mártires. Saeed (Mehdi Bajestani) es un hombre de familia, un trabajador, un respetado veterano de la guerra Irán/Irak. Por las noches también es un ángel exterminador “librando una yihad contra el vicio”. Tiene una misión: limpiar las calles de su ciudad de la corrupción y decadencia. Su definición de heroísmo se parece mucho a la de cobardía: eliminar al eslabón más débil de la escala social: mujeres seguramente pobres y prostitutas, quizás adictas a opio. Dios está de su lado.
Abbasi no muestra a Saeed como un demente fanático, sino como un hombre gris y normal convencido de estar ganándose el cielo que Alá le negó durante la guerra, cuando eligió a su primo como mártir y no a él. En el arco del personaje hay menos sadismo que autoengaño: las imágenes sugieren una atracción por las prostitutas que lo erotiza, ansiedad por sentir ese goce sexual cuando mata, que Saeed disfraza de una guerra santa personal y que funciona como un ansiolítico ético para sus acciones.
El contraste lo marca la periodista llegada de Teherán, Rahimi (Zar Amir Ebrahimi, ganadora en Cannes por su actuación), un personaje inventado que Abbasi utiliza para hacer un examen social del entorno represivo de la ciudad, un ambiente cargado de peligros para una mujer sola, que solo encuentra a su paso discriminación, rechazo, subestimación y una aprobación implícita por los asesinatos que la policía no parece interesada en resolver.
Filmada en Jordania bajo presiones del gobierno iraní, la película del director radicado en Dinamarca es un híbrido de brutalismo y sofisticación visual, de panfleto político y true crime, de radiografía social y estudio de personaje. Holy Spider tiene pulso de thriller, pero no apuesta al misterio, sino a la construcción de un escenario cultural que fabrica a sus propios femicidas. Sórdida, violenta, impúdica, sus imágenes se ubican en la frontera de la misma explotación que denuncia para mostrar a Irán como un infierno primitivo para las mujeres.