El Joven Ahmed, el fundamentalismo religioso según los hermanos Dardenne
Los hermanos Dardenne son los cronistas de la Europa contemporánea. Dos cineastas que transforman en imágenes lo que hay de fugitivo en la sensibilidad de la época: inmigración, marginalidad, pobreza, adicciones, explotación. Un cine plebeyo, hiperrealista, donde el mundo es un hogar roto poblado de personajes perdidos que reaccionan instintivamente a la hostilidad del entorno para tratar de conseguir un poco de dignidad.
Le Jeune Ahmed (El Joven Ahmed) aborda el tema del fundamentalismo religioso desde la mirada de un chico belga de 13 años, obsesionado con el Corán, un mapa moral que le da sentido a sus pequeños dramas preadolescentes y en el que no hay espacio para los matices: todos son culpables por no vivir de acuerdo con su fe.
Ahmed (un soberbio debut de Idir Ben Addi) es un joven frustrado en pleno motín existencial contra su familia, sus amigos, su maestra. Sus nuevas preocupaciones son sus abluciones, aprender los versículos de Corán, vivir en armonía con las enseñanzas de su imán, una figura paterna sustituta que parece colmar sus únicas expectativas: las espirituales. El clérigo representa lo más obsoleto de la religión, que trabaja la ortodoxia desde la represión del cuerpo, la misoginia y el culto a los muertos. Ahmed tiene un primo mártir de la yihad que se convertirá en objeto de devoción, en un futuro deseable: morir y matar en la gloria de Alá.
Lo que podría ser un relato progre lleno de moral y acusación sobre la colonización de la subjetividad de un niño, en manos de los Dardenne se convierte en un retrato saturado de humanidad, que nunca cae en el sentimentalismo ni en la condena barata, sino que muestra un personaje en permanente tensión consigo mismo, como si no pudiera evitar alguna reconciliación momentánea con los placeres y la banalidad que el mundo le ofrece.
Hay referencias a que Ahmed pasaba demasiadas horas jugando a la Playstation, que tenía buena relación con su familia -musulmana, no practicante- y que en la escuela no tenía problemas. Que eso cambió con la entrada de Youssouf (Othmane Moumen), el líder religioso que lo catequiza. Ahmed comienza a insultar a su madre por tomar alcohol, a acusar a su hermana de vestirse como una puta por no usar el hiyab y a no darle la mano a su maestra para no mancharse con la impureza femenina.
La doctrina del imán no pasa de un plano teórico, pero Ahmed es pragmático, impaciente. No tarda en radicalizarse al intentar asesinar a su maestra por enseñar el Corán a través de canciones populares. Es una apóstata, que además se relaciona con el enemigo: su novio es judío.
La pulsión de muerte de Dios
Si El Joven Ahmed es la crónica de la pulsión de muerte de un chico insatisfecho, también es un retrato de la incapacidad de las instituciones de un país liberal y laico para tratar la lógica retorcida e irreflexiva de la religión. Ahmed termina preso en un centro para menores, donde se le permite practicar con libertad su fe a la vez que intenta su reinserción social y psicológica en el mundo. Comienza a trabajar en una granja, donde se le revelan todos sus instintos juveniles, que son por definición contrarios al dogma. Es una lucha desigual entre la ternura y la inocencia y el mandato divino que juzga y castiga los impulsos naturales.
En su undécima película -ganadora del premio a Mejor Dirección en el Festival de Cannes-, los Dardenne repiten ese estilo heredado de sus comienzos en el género documental, que elimina cualquier rastro de producción artificial de emociones -música, iluminación, decorados- para dejar evolucionar a los personajes por sí mismos, como si los directores fueran testigos perplejos ante una historia en la que no tienen participación. Una puesta en escena precisa y naturalista, con la cámara en mano adherida a los movimientos de Ahmed, que crea una atmósfera de veracidad absorbente que exige la implicación emocional del espectador.
Quizás El Joven Ahmed sea su película más controvertida y más pesimista, en la que hay demasiadas líneas de fuerza que chocan entre sí. En su filmografía abundan los personajes obstinados, pero mientras que las figuras femeninas persisten en hacer lo necesario para comprender a su entorno o para sobrevivir –Rosetta (1999), Le Silence de Lorna (2008), Deux Jours, Une Nuit (2013)- las masculinas persisten en el error, como si no pudieran prever las consecuencias de sus acciones hasta que ya no hay camino de retorno –Le Fills (2002), L’Enfant (2005)-.
El protagonista de El Joven Ahmed entra en esta galería humanista de personajes en busca de alguna clase de redención, donde los Dardenne hacen su sociología -en términos pasionales y no discursivos- de la relación entre lo visible y lo invisible para la sociedad.