Crítica El Ángel de la Muerte de Tobias Lindholm
La pulsión de muerte cinematográfica se ha instalado definitivamente en el true crime, con ese plus de morbo activado por el mensaje preliminar basado-en-hechos-reales. Una ficción verdadera. Mientras una parte del género se inclina hacia el sensacionalismo y el fetichismo de la violencia, otras propuestas tienden a mostrar la vida secreta de las mentes peligrosas, las zonas oscuras que se agitan bajo la apariencia de normalidad.
The Good Nurse (El Ángel de la Muerte) parece mimetizarse con su homicida: antiespectacular, aséptica, minimalista. Pero eleva el factor de inquietud no desde el horror sino desde su opuesto: la tranquilidad que supura algo insano. El danés Tobias Lindholm (guionista de las geniales La Caza (2012) y Otra Ronda (2020) de Thomas Vinterberg) no sólo hace el retrato de un asesino, sino que muestra cómo una hombre desequilibrado y sospechoso puede seguir operando en un sistema en el que los negocios son más importantes que la ética.
Charles Cullen (Eddie Redmayne) es amable, atento, compañero: una de esa personas siempre bien predispuestas y de cierto encanto tímido, de bajo perfil. También es un serial killer. Trabaja de enfermero, pero tiene problemas para mantener el puesto: ocho hospitales ya lo despidieron después de la muerte inexplicable de varios pacientes. Cuando comienza el turno nocturno en la unidad de cuidados intensivos de un nuevo establecimiento, conoce a Amy (Jessica Chastain), una enfermera de evidente compasión y buen trato hacia los pacientes.
El Ángel de la Muerte está narrada desde el punto de vista de Amy, y Chastain sigue demostrando que es una de la mejores con una actuación llena de angustia y desesperación contenidas: Amy es una madre soltera, que tiene una afección cardíaca que puede resultar mortal. Necesita un respiro de esa rutina de hospital noctámbula y estresante que la aleja de sus hijas. Pero todavía no cumplió un año en el trabajo, por lo que no tiene seguro médico.
Charles aparece en su vida como la respuesta a una plegaria que nunca hizo: una figura protectora que la ayuda con sus pacientes y se entiende con sus hijas. Eddie Redmayne tiene definitivamente el factor Norman Bates: la amenaza latente debajo de una máscara impasible, lo turbio que se esconde en la apatía. Es inquietante por lo poco que revela el personaje su verdadera naturaleza.
Lindholm está menos interesado en los asesinatos que en la relación que se desarrolla entre los dos protagonistas, en cómo esa amistad entra en una espiral de sospechas y miedo cuando ella descubre el lado B de Charles. Pero la película se mueve entre el drama intimista, el thriller policial -en el que dos detectives (Noah Emmerich y Nnamdi Asomugha) comienzan a investigar la muerte de una paciente de Amy en circunstancias dudosas- y la denuncia social a la insensibilidad del sistema de salud, que no sólo salva a lo que pueden pagar el precio, sino que no actúa ante los casos que puedan perjudicar el negocio.
Después del juicio al arquitecto del Holocausto Adolf Eichmann en 1961, Hanna Arendt escribió su famosa teoría de la Banalidad del Mal: Eichmann no era un monstruo, era un burócrata; no era un ser retorcido lleno de odio sino alguien que no se preocupa por las consecuencias de sus actos. La perversidad de Charles Cullen circula por los agujeros del relato amplificada por su falta de motivaciones, por no estar guiada por el principio de placer sino que está sostenida por un sadismo inocuo y sin estridencias. El Ángel de la Muerte mantiene el ritmo constante y pausado de sus muertes, el tono oscuro e inquietante de la banalidad del mal.
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