Drive my Car de Ryûsuke Hamaguchi
Ella es una sombra recortada en la ventana al amanecer, una voz que narra una historia. Porque mientras coge se le ocurren historias, aunque después las olvide y él se las tenga que recordar al día siguiente, antes de llevarla en auto al canal de televisión donde trabaja y se conviertan en el guion de una futura ficción. A veces, las historias se interrumpen por el cansancio, pero continúan cuando ella llega al clímax sexual nuevamente, como si el orgasmo – la pequeña muerte – manejara el suspenso dramático, como si activara una necesidad de fantasía que el sueño luego borrará. Las palabras, el cuerpo, la memoria: de esos materiales está hecha Drive my Car, la obra maestra de Ryûsuke Hamaguchi.
Ella es Oto (Reika Kirishima), una ex bailarina que ahora es una exitosa escritora de TV. Él es Yūsuke (Hidetoshi Nishijima), un ex actor de televisión que volvió a hacer teatro. Es un artista de culto, que dirige y actúa clásicos de Beckett y Chejov en formato multilingüe: actores de distintas nacionalidades interpretando el texto en su idioma natal, con subtítulos en una pantalla. Aquí reside toda la filosofía de Yūsuke -una especie de alter ego de Hamaguchi-: en una ficción importa más la sensibilidad que las palabras que la nombran.
Entre los dos hay un amor intenso, duradero. Pero ella lo engaña con otros, y él lo sabe. Si en la primera escena Oto era una sombra y una voz, reforzará su condición fantasmática cuando muera de repente, dejando dolor, resentimiento y un enigma: ¿por qué estaba con otros hombres? De ella quedará un recuerdo permanentemente actualizado a través de una grabación: los diálogos de la obra de Chejov Tío Vania, que Yūsuke escucha en su auto, completando en voz alta las partes del protagonista.
Una rutina que tiene menos que ver con la nostalgia que con el presente, que tiene menos que ver con ella que con su método de trabajo, pero es como si esa historia de culpa e infidelidad, escrita hace 120 años, estuviera contando su vida.
Las palabras y las cosas
Drive my Car funciona por acumulación de capas -las historias que cuenta Oto después del sexo, la diégesis de la película, la metaficción del teatro- que se van superponiendo hasta conformar un solo bloque narrativo. Porque Yūsuke va asimilando el personaje de Vania hasta hacer indistinguible su realidad interior de la representación. Hidetoshi Nishijima llena a Yūsuke de una fortaleza superficial amparada en su profesión, que revela su naturaleza vulnerable cuando está arriba de un escenario, diciendo las palabras escritas por otro, pero que son parte de él.
Tras una elipsis de dos años, acepta un trabajo en Hiroshima, la ciudad-símbolo de la devastación, de la memoria de la tragedia humana. Hará una versión multilingüe de Tío Vania, que en el casting incluye a un actriz muda y a un ex amante de su mujer. En los ensayos muestra todo su profesionalismo -distante sin ser soberbio, rígido sin ser autoritario- aunque ningún actor entienda por qué les hace repetir mecánicamente una y otra vez el texto sin inflexiones de voz, sin moverse de su asiento, en idiomas que no entienden.
Pero a Yūsuke le importa menos la corrección política que el lenguaje en toda su materialidad: palabras repetidas hasta que habiten el cuerpo, que no tengan valor por sus sonidos sino por su esencia, significados que se transformen en estados de ánimo.
La verdad de la ficción
Drive my Car establece sus premisas antes de llegar al centro de la trama: Yūsuke y su tragedia personal, que se convirtió en un hábitat hecho de duda y de rencor. El texto de Chejov, en la voz de Oto, le va dando claves: “La verdad, sea cual sea, no es tan temible, porque lo más temible es la incertidumbre”. Por eso se niega a volver a interpreta el papel de Vania, como si se resistiera a abandonar ese núcleo de dolor: “Chejov es terrible. Cuando dices sus líneas, sale tu verdadero yo”.
Para Yūsuke su auto es su refugio. El viejo Subba es un espacio amniótico, privado, donde puede pensar sin ser molestado. Por eso se resiste cuando lo obligan a tener una chofer para moverse en Hiroshima. Pero en Misaki (Tōko Miura), encontrará otra cosa que una intrusa: un reflejo de su propio drama. Misaki es parca, pero eficiente. Si en un principio su relación estaba hecha de silencio atravesado por la voz en los parlantes de Oto, se convertirá en el encuentro de dos almas rotas que no saben cómo reconciliarse con su pasado.
Drive my Car es una fuerza visual expansiva, una película de una belleza hipnótica, en la que Hamaguchi se revela como un demiurgo capaz de crear un microcosmos lleno de detalles, matices y metáforas. Una historia que no cae en ningún momento en el cliché o el golpe bajo, para darnos un retrato de un hombre quebrado en su viaje hacia lo profundo del dolor.
Una reflexión sobre el poder de las palabras -las dichas, las que nunca se dijeron- y del arte, que comparte con historias tan disímiles como The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008), L.A. Confidential (Curtis Hanson,1997) o el cuento de Borges Tema del Traidor y del Héroe, una misma hipótesis narrativa: se cuenta una mentira para decir la verdad.
DRIVE MY CAR ESTÁ DISPONIBLE EN MUBI