Catching Fire, el documental sobre Anita Pallenberg
La palabra música deriva de esta otra: musa. Ninfas etéreas que bajan a la tierra a susurrarle canciones inmortales a los hombres que las convocan. Al quedar definida como la musa de los Rolling Stones, Anita Pallenberg se convirtió en estatua de sal: un agente pasivo y fascinante, algo más que una groupie y algo menos que una mujer con ideas, estilo y actitud propias. Para que quede claro: Anita Pallenberg fue más stone que los Stones: los recreó a su imagen y semejanza y les enseñó a dejar de ser una rústica banda de R&B para empezar a ser parte de la vanguardia de los 60’s.
Para los Stones, Anita Pallenberg fue una influencia tan marcada como Muddy Waters, Bo Diddley, James Brown o el LSD, pero su relación amorosa con Brian Jones y Keith Richards simplificaron su papel en la historia de la banda, como si fuera una especie de Eurídice moderna: para los medios, Pallenberg fue ante todo una presencia visible -física, sexual, viciosa- antes que palabra portadora de sentido. El mito de Orfeo es también la representación del monólogo delirante del músico que desplaza a la mujer y la reduce a la nada de un silencio infernal. “Si pudieras escucharme en vez de verme”, dice Eurídice. Para ser escuchada, Anita Pallenberg escribió una autobiografía, descubierta después de su muerte en 2017, el centro sobre el cual gira el documental Catching Fire: La Historia de Anita Pallenberg de Alexis Bloom y Svetlana Zill.
La bruja, la puta y la asesina: Anita Pallenberg y la estética de los 60
“Me han llamado bruja, puta y asesina”, dice la voz en off de Scarlett Johansson leyendo las memorias inéditas de Pallenberg. “Pero no necesito ajustar cuentas. Estoy reclamando mi alma”. La frase, que abre Catching Fire como una declaración de guerra, funciona menos como confesión que como un diagnóstico: aquí está todo lo que la sociedad proyectó sobre ella, todo lo que la cultura necesitó que fuera. La bruja: ese arquetipo ancestral de la mujer que ejerce un poder incomprensible para el orden patriarcal; la puta: la etiqueta con que la moral burguesa marca a quien se atreve a ejercer su libertad sexual; la asesina: la última frontera de la demonización, el punto donde el miedo masculino se convierte en fantasía de aniquilación.
El documental oscila permanentemente entre dos impulsos contradictorios: la voluntad de reivindicar a Pallenberg como artista y la fascinación incontrolable por su papel como catalizadora del mito stone. Es en esa oscilación donde la película revela su hallazgo más valioso: Anita Pallenberg fue, antes que los Stones, la primera en encarnar esa fusión de decadencia aristocrática y salvajismo lumpen que definiría la estética del rock de finales de los 60’s.
Lo que Catching Fire no termina de articular -aunque lo sugiere en sus márgenes- es que Pallenberg no fue tanto la musa de los Stones como su matriz conceptual. Antes de que Keith Richards adoptara su pose de pirata chic, antes de que Brian Jones se convirtiera en el dandy autodestructivo, antes de que Mick Jagger perfeccionara su aura de fauno maldito, Anita Pallenberg ya había inventado esa mezcla explosiva de refinamiento europeo y peligrosidad callejera. No fue ella quien copió el estilo de los Rolling Stones: fueron los Stones quienes adoptaron su manera de estar en el mundo.
En Catching Fire hay una escena reveladora: mientras vemos imágenes de Super 8 donde Pallenberg atraviesa ciudades europeas como una aparición, la voz en off de Johansson lee: “Me sentía como una persona horrible que causaba muerte y destrucción a su alrededor”. La confesión ilumina la paradoja central de su figura: incluso en sus momentos más oscuros, Pallenberg mantuvo una aguda conciencia de sí misma como personaje. Su “destrucción” nunca fue el simple resultado de los excesos, sino una forma de performance vital, un modo de convertir el caos en estética.
Más allá de la musa: la artista y su búsqueda
Catching Fire falla cuando intenta “normalizar” a Pallenberg, cuando busca presentarla como una víctima más de la cultura machista del rock, si lo que la define es su resistencia a ser reducida a cualquier narrativa simple de víctima o victimaria. Como los grandes personajes de la literatura maldita -pensemos en Des Esseintes, en Jean Genet– Anita Pallenberg convirtió su propia vida en una obra de arte negro, en una forma de subversión contra toda normalización.
La memoria cultural tiende a fosilizar a las mujeres en su “momento de impacto”: Anita Pallenberg sigue siendo la amante de Brian, la compañera de Keith, la mujer que inspiró Gimme Shelter. Las últimas décadas de su vida, despachadas por el documental en un montaje superficial, son quizás las más interesantes: Pallenberg, sobria y dedicada al arte y la jardinería, demuestra que la verdadera transgresión no está en la autodestrucción sino en la capacidad de reinventarse. Su último acto de rebeldía fue su negativa a quedar atrapada en el papel de la “groupie maldita”. Bloom y Zill insinúan esta reinvención, pero parecen considerarla menos cinematográfica que el caos de su juventud.
Las memorias inéditas de Anita Pallenberg sugieren que ella siempre fue consciente de su papel como espejo y prisma de una época. Quizás su alma siempre estuvo ahí, escondida a plena vista, en esa capacidad única para absorber y refractar los deseos y temores de una generación. El documental Catching Fire reproduce la imagen de Pallenberg sin jamás lograr fijar su esencia. Y quizás sea esa imposibilidad lo que define la verdadera naturaleza de su protagonista.