Crítica Adiós Señor Haffmann con Daniel Auteuil
La guerra está ahí, en algún lugar de Europa, pero permanece fuera de campo: estos nazis parecen más preocupados por buscar los favores de la noche parisina que por conquistar el mundo. En Adieu Monsieur Haffmann (Adiós Señor Haffmann), la invasión alemana a Francia de 1941 genera un estado de ánimo en el que se mezclan el miedo y la vergüenza, pero que sobre todo saca a la superficie las envidias, la ambición, el aprovechamiento de los ciudadanos comunes. Aquí no hay épica ni héroes: lo que queda es la verdad sin máscaras de las personas sin la hipocresía que rodea la convivencia social.
El joyero judío Joseph Haffmann (Daniel Auteuil) sabe que quedarse en París es esperar la muerte. Logra mandar de contrabando a su familia a una zona neutral, mientras hace los arreglos legales para dejarle su negocio a su empleado François Mercier (Gilles Lellouche). Es un arreglo temporal: cuando Haffmann vuelva, recuperará la joyería y ayudará a Mercier a tener una propia. La joyería es modesta pero respetada, con la planta superior que sirve como vivienda familiar. Tiene todo lo que Mercier no: un lugar de trabajo propio, un hogar sin lujos pero cómodo.
Pero los controles se intensificaron y Haffmann no logra llegar a destino. Debe regresar para ser un intruso en su propia casa. Se instala en el sótano como un fantasma, como una presencia incómoda y peligrosa para Mercier y su esposa Blanche (Sara Giraudeau). Con Adiós Señor Haffmann, el director Fred Cavayé hace una película de cámara inquietante creando una atmósfera opresiva en estado de tragedia inminente. Mercier parece altruista y heroico en su deseo de ocultar a su jefe, pero su ética se va volviendo más flexible, y termina supurando una ambigüedad moral que lo hacen imprevisible.
El enorme Daniel Auteuil hace un papel contenido pero saturado de carga dramática, y logra combinar estoicismo con desesperación interna, que se traducen en estallidos emocionales cuando la tensión aumenta entre los dos hombres.
Pero los que tienen un arco psicológico más desarrollado son Mercier y Blanche. Gilles Lellouche hace sentir cada centímetro de duda y de envidia de su personaje, de buenas intenciones a veces superadas por su complejo de inferioridad. Sara Giraudeau revela primero toda su fragilidad atrapada en una vida que no pidió, para convertirse en un factor de poder fatal mientras se debate entre la lealtad a su esposo y la compasión por Haffmann.
Adiós Señor Haffmann es una mezcla de El Diario de Anna Frank y El Sirviente (1963), el clásico de Joseph Losey con guion de Harold Pinter. Pero donde Losey hace un retrato psicológico divertido, siniestro y desconcertante sobre cómo una persona se va apoderando de la vida de otra, Cavayé utiliza el clima de amenaza permanente para su estudio sobre las clases sociales, el sexo y relaciones de poder en un ménage à trois separado por las diferencias culturales pero unido por una mutua explotación.
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