Bob Dylan es nadie. Bob Dylan es todos. Bob Dylan es – sobre todo – el tipo que no quiere ser el que queremos que sea. El que se inventó a sí mismo para que nadie pudiera inventarlo. Por eso, Un Completo Desconocido (A Complete Unknown) es un ensayo sobre la imposibilidad de definir un mito. No busca explicar a Dylan sino mostrar el vacío que construyó a su alrededor, ese espacio negro donde la mentira y la verdad son la misma cosa.
Un Completo Desconocido no es I’m Not There – la película de 2007 en la que Todd Haynes utiliza a seis actores para hacernos perder en el laberinto que Dylan construyó. James Mangold va a lo simple: cuatro años, una transformación, una traición. De 1961 a 1965. Del folk a la electricidad. Del chico que quería ser Woody Guthrie al tipo que prende fuego el festival de Newport y cambia la cultura norteamericana para siempre.
Mangold juega con los límites del género biográfico. Sabe que no puede contar una historia lineal sobre Dylan. Por eso lo fragmenta, por eso usa la música como verdadero hilo conductor. Las canciones no son un decorado: son el texto mismo de la realidad.
Timothée Chalamet y Bob Dylan: del héroe folk al traidor eléctrico
La película comienza como comienzan todas las historias de Nueva York: un chico llega a la ciudad con una valija rota y una guitarra. Se hace llamar Bob Dylan. Dice que viene del oeste. Que creció entre gitanos en circos y carnavales. No dice que es Robert Zimmerman, un judío de Minnesota de modesto padre comerciante. No dice nada de lo que es: prefiere inventarse.
Timothée Chalamet encarna al joven Dylan con una mezcla precisa de vulnerabilidad y arrogancia. No lo copia: lo reinventa. No lo imita: dialoga con el mito. Nos da fragmentos, destellos, momentos donde Dylan parece estar y no estar al mismo tiempo. Es un fantasma interpretando a otro fantasma. Un proyecto de identidad. Como Dylan, Chalamet entiende que la autenticidad puede ser la más sofisticada de las máscaras.
La Nueva York de principios de los sesenta es un laboratorio de revoluciones. Cada esquina, cada café, cada nota respira posibilidad. El Greenwich Village hierve de música, de protestas, de poesía beat. Los bares de folk están llenos de cantantes que quieren cambiar el mundo con una guitarra acústica y buenas intenciones. Dylan los mira y piensa: amateurs.
Pero Mangold no está interesado en contarnos otra vez esa historia. Lo que le interesa es el espacio entre las notas: los silencios de Dylan, sus rechazos, su obstinada negativa a ser etiquetado. Su forma de construirse destruyendo las expectativas de los demás.
Pete Seeger (un Edward Norton contenido, exacto) representa la pureza del folk, el compromiso político, el guardián de una tradición que ve cómo su mundo está a punto de derrumbarse. Joan Baez (Monica Barbaro, luminosa) es la voz establecida, la tapa de Times, la princesa del folk que rompe corazones. Woody Guthrie (Scoot McNairy), es el ídolo moribundo, el santo de la música protesta en una cama de hospital. Sylvie Russo (Elle Fanning) – que en realidad es Suze Rotolo – es la novia que siente el fracaso de amar a alguien que no quiere ser amado, de ser el último refugio en la tormenta de una identidad que se evapora.
Dylan los seduce a todos. Los usa a todos. Los traiciona a todos. Son los testigos de un nacimiento. De un asesinato.
Un Completo Desconocido y el enigma de Bob Dylan
Un Completo Desconocido lo dice claro: antes de ser famoso, Dylan ya era una invención. Un personaje arriba y abajo del escenario. Es una especie de Amadeus bohemio en los sesenta: el genio incomprendido, mercantilizado, envidiado. Mientras Baez le da al público lo que quiere y él se va del escenario. La humilla. Es snob y sarcástico y brutal y desconfiado. Un tipo que no le muestra su interior a nadie. Chalamet captura el trabajo constante de mantener a Robert Zimmerman en la oscuridad.
Dylan crece. El folk crece con él. Y la comunidad que lo ayudó empieza a sentirse como un corset. Dylan no quiere etiquetas. No quiere deberle nada a nadie. Un Completo Desconocido – con guion de Mangold y Jay Cocks, basados en el libro de Elijah Wald – lo muestra enfocado, quemante, peligroso. Todo lo que no es su arte le importa poco. Solo Johnny Cash (Boyd Holbrook) parece entenderlo: otro que está rompiendo con su propia tribu en Nashville.
Mangold filma la fama como una ansiedad que se mete bajo la piel: Dylan cada vez más nervioso, cada vez más paranoico mientras el mundo lo persigue. Todo termina en Newport 65, cuando enchufa una Stratocaster y el público lo abuchea. Los puristas del folk le gritan “¡Judas!” y él responde subiendo el volumen (algo que en realidad sucedió en Manchester, al año siguiente). Construye su leyenda a partir de la destrucción.
Un Completo Desconocido también tiene escenas manufacturadas, forzadas, de manual. Momentos que parecen salidos de Forrest Gump: Dylan escribiendo y cantando esa misma noche Masters of War en el Gaslight Cafe mientras la gente huye de Nueva York por la crisis de los misiles de Cuba. ¿Pasó así? Probablemente no. ¿Captura la urgencia del momento, la forma en que la música de Dylan metaboliza la angustia de una época? Absolutamente.
Los puristas dirán que Un Completo Desconocido es un grandes éxitos. Tienen razón. Que no es un retrato auténtico de Dylan. Que Inside Llewyn Davis captura mejor la lucha despiadada de un músico callejero en esa época. Y sí: el Greenwich Village a veces es demasiado pulido, demasiado de postal. Le falta una capa de mugre, de realidad, de dolor.
Pero los puristas siempre se quejan. De I’m Not There dijeron que no se entendía. Son esos que le gritaron traidor cuando enchufó un guitarra.
A Mangold no solo le importa contar la historia de Dylan. Le interesa más la colisión entre el talento y la fama en un chico desarrapado de Duluth, Minnesota, donde el frío te congela los huesos y los sueños. En un mundo donde todos se venden al mejor postor, Mangold honra al artista que se negó a hacerlo.
Por qué Bob Dylan siempre será un completo desconocido
Un Completo Desconocido evita las trampas más obvias del género biopic. No hay infancia dulce, no hay epifanías, no hay momentos mágicos donde todo cobra sentido. Sólo un tipo que se inventa a sí mismo mientras hace esas canciones que son como películas, historias que son como guiones imposibles, letras que son como esos planos secuencia que te dejan sin aire.
Hay algo muy estadounidense en esta historia: el mito del self made man. Pero Dylan lo lleva más lejos: es el hombre que se deshace a sí mismo. Que convierte su identidad en un enigma en constante devenir. Aquí no hay redención final ni moraleja fácil. En cambio, hay una exploración de cómo se construye un artista. De cómo alguien puede ser simultáneamente el compositor más influyente de su generación y un completo desconocido.
La película no resuelve el misterio Dylan. Hace algo mejor: nos recuerda por qué el misterio importa. Por qué seguimos escuchando esas canciones. Por qué seguimos tratando de entender a alguien que hizo del malentendido un arte. La película es una interrogación sobre la identidad. Sobre cómo Dylan tuvo que destruir a Bob Dylan para seguir siendo Bob Dylan.
En definitiva, Un Completo Desconocido muestra el momento en que el folk americano se transformó en algo salvaje y peligroso. Es la historia de cómo un pibe de 19 años llegó a Nueva York y, en apenas cuatro años, redefinió lo que la música popular podía ser.
¿Quién es Bob Dylan? ¿El que canta o el que calla? ¿El que se muestra o el que se esconde? ¿ Es Robert Zimmerman o ese otro que inventó para no ser Robert Zimmerman? Mangold sabe que no hay respuesta. O que hay demasiadas. Al final, lo que queda es un hombre que convirtió el arte de escapar en su obra maestra.
Un Completo Desconocido es un rompecabezas donde las piezas cambian de forma, donde el personaje principal siempre encuentra la manera de ser otro. De ser nadie. De ser todos. Un fantasma que cambió el mundo mientras fingía que no le importaba. Es una historia sobre el precio del arte. Sobre cómo crear significa destruirse. Dylan lo hizo: se destruyó tantas veces que ya nadie sabe cuál es el original.
