Hay algo brutal en la manera en que Estados Unidos se mira al espejo. Algo salvaje, primitivo, en ese ejercicio de autocontemplación que Peter Berg propone en American Primeval, su última serie para Netflix. No es casual que la historia transcurra en 1857, ese momento en que la nación todavía estaba definiendo sus contornos, sus límites, su propia naturaleza. O quizás sea más preciso decir: el momento en que Estados Unidos decidía qué historias contarse sobre sí misma.
Berg – el director de Friday Night Lights, ese retrato luminoso del corazón profundo de norteamérica – ahora nos sumerge en sus sombras. Utah, 1857. El territorio está en disputa. Los mormones, liderados por Brigham Young, reclaman su derecho divino sobre la tierra. Los nativos -shoshone, paiute- defienden lo que siempre había sido suyo. El ejército estadounidense intenta imponer un orden que nadie pidió. Y en medio de todo esto, una mujer.
Sara Rowell – interpretada por Betty Gilpin con una mezcla perfecta de fragilidad y fiereza – atraviesa este paisaje de violencia con su hijo Devin (Preston Mota). Busca a su marido, dice. Huye de su pasado, sabemos. La acompaña Isaac – Taylor Kitsch, rostro tallado en piedra y silencio -, un rastreador que ha decidido darle la espalda al mundo para no perder a nadie más. Como si eso fuera posible en esta tierra donde la pérdida es lo único que permanece.
American Primeval: el corazón de las tinieblas de Estados Unidos
La violencia en American Primeval no es decorativa. No es el oeste de John Wayne ni de Clint Eastwood. Es una violencia que duele, que mancha, que deja cicatrices. Los hombres mueren mal: flechazos en los ojos, cueros cabelludos arrancados, gargantas cortadas entre gritos. Berg filma estas escenas con una cámara que se arrastra por el barro, que se mancha de sangre, que no nos permite apartar la mirada. Como diciendo: esto también es Estados Unidos. Esto, sobre todo, es Estados Unidos.
American Primeval construye un fresco complejo donde cada pincelada es un personaje, cada color una historia. Está Jacob Pratt – Dane DeHaan, progresivamente más destrozado en cada episodio – y su esposa Abish (Saura Lightfoot‑Leon), capturada por los nativos. Está el Capitán Dellinger (Lucas Neff) del ejército estadounidense, escribiendo en su diario sobre la imposibilidad de la coexistencia. Está Dos Lunas (Shawnee Pourier), una joven shoshone muda que se esconde en la carreta de Sara. Están los cazarrecompensas, los milicianos mormones, los comerciantes del Fuerte Bridger.
Pero lo que Berg y el guionista Mark L. Smith nos están mostrando no es solo una historia del pasado. Es un espejo donde Estados Unidos puede verse hoy: la violencia endémica, el fundamentalismo religioso, la supremacía blanca, la obsesión por el territorio. Todo está ahí, crudo como una herida abierta.
El Fuerte Bridger funciona como una especie de utopía precaria en medio del caos. Es el único lugar donde nativos y blancos, creyentes y paganos, pueden convivir bajo cierta paz. Pero incluso allí la violencia acecha, como una sombra que nunca termina de disiparse. La serie nos sugiere que ese sueño americano de convivencia tal vez solo existió entre las cuatro paredes de lugares como el Fuerte Bridger. Y ni siquiera allí duró demasiado.
La fotografía de American Primeval, que debe mucho al trabajo de Emmanuel Lubezki en The Revenant, construye un mundo desaturado, sucio, donde la nieve nunca es del todo blanca y el cielo nunca es del todo azul. Es un oeste americano despojado de romanticismo, donde hasta la canción This Land Is Your Land de Woody Guthrie suena como una ironía sangrienta.
American Primeval: el western hecho distopía
Berg no permite que nos perdamos en la épica. Su cámara está siempre demasiado cerca, mostrándonos los poros de la piel, el sudor, la sangre, el barro. La violencia no es coreográfica sino caótica, confusa, como debe ser la violencia real. Los personajes no evolucionan tanto como sobreviven, aferrándose a lo que pueden en un mundo que parece diseñado para quitárselo todo.
Y sin embargo, en medio de tanta oscuridad, hay destellos de humanidad. Están en la manera en que Sara protege a su hijo, en cómo Isaac poco a poco vuelve a permitirse sentir, en la dignidad con que los nativos enfrentan el despojo de sus tierras. Son destellos frágiles, que la violencia amenaza constantemente con apagar, pero que persisten.
American Primeval nos recuerda que Estados Unidos nació en la violencia y que esa violencia sigue corriendo por sus venas. No es una serie fácil de ver. No pretende serlo. Es un espejo donde Estados Unidos puede verse tal como es, tal como fue, tal como teme seguir siendo. Y nosotros, espectadores del sur, reconocemos en ese espejo fragmentos de nuestra propia historia de violencia y despojo.
Porque quizás eso es lo más perturbador de American Primeval: no es solo una historia sobre el pasado de Estados Unidos. Es una historia sobre cómo la violencia da forma a las naciones, sobre cómo el poder se construye sobre huesos y sangre, sobre cómo los mitos nacionales siempre ocultan una verdad más oscura. Y sobre cómo, a pesar de todo, seguimos contándonos esas historias, como si en ellas pudiéramos encontrar algún tipo de redención.
DISPONIBLE EN NETFLIX.