El Peso del Talento, más allá del principio de placer
Nicolas Cage es un género cinematográfico en sí mismo. Su presencia en pantalla es tan absoluta que un thriller de acción es menos un thriller de acción que una película de Nicolas Cage, sólo comparable con otras en las que ese nombre aparece como el exceso de libido masculina que sostiene la taquilla. The Unbearable Weight of Massive Talent (el mejor título del año, traducido como El Peso del Talento) detecta el principio de placer culpable que generan sus films y celebra al mismo tiempo que ridiculiza al actor en un ejercicio de ironía autorreferencial que alcanza niveles de genialidad bizarra.
Cage se transformó en uno de esos productos made in Hollywood que parecen diseñados para el bullying actoral -aunque a esta altura es indescifrable, capaz de hacer en el indie maravillas performáticas como en Mandy (Panos Cosmatos, 2018) y en Pig (Michael Sarnoski, 2021)-. Por momentos, su carrera se parece más a un prontuario, pero posee un extraño talento no adulterado por la pésima calidad de muchos de los proyectos que eligió hacer.
La actuación le llega a nivel sanguíneo: siempre lo da todo, llenando a distintos personajes con la misma humanidad, como si un guion trash fuera un accesorio secundario para lo que realmente importa: hacer bien su trabajo. Del grado cero intelectual de Drive Angry (Patrick Lussier, 2011), la sociopatía a lo Joker de Face/Off (John Woo, 1997) o la oscuridad existencial de Adaptation (Spike Jonze, 2002), Cage es una orquídea en medio de la ciénaga.
El Peso del Talento funciona como un mecanismo de defensa ante la memeificación del actor. Al igual que las minorías toman un insulto -negro, puto- para convertirlo en signo de identidad -y en ese movimiento desarmar el odio homófobo o racista-, la película sirve como terapia ante las críticas a ese estilo barroco marca Cage: una mezcla de tosquedad, histrionismo, idiotez y sensibilidad. Al encarnar la burla, tiene la lógica de las religiones: simulan que permiten lo que no pueden evitar.
La vida apesta para Nick Cage (Nicolas Cage): un actor pasado de moda que arruina el casting para el “papel de su vida” -una remake de una película de Joseph Mankiewicz a través del prisma de una tragedia de Shakespeare– por hacer ante el director (David Gordon Green) una performance grotesca que nadie le pidió. Está divorciado, no puede conectar con su hija adolescente, el hotel donde vive hace años -“les encanta tenerme ahí”- lo deja en la calle por deber 600 mil dólares.
Autoparodia y psicodelia
La película funciona como un nivelador cultural, como si buscara una ontología del cine que reúne Paddington 2 (Paul King, 2017) y El Gabinete del Doctor Caligari (Robert Wiene, 1919) -la cumbre del cine expresionista alemán, en la que un hipnotizador controla a un hombre y lo convierte en un autómata para que cometa una serie de asesinatos (que puede leerse como la metáfora autoindulgente de la relación de Cage con Hollywood)-.
Nick busca recuperar el favor de la crítica y sacarle la etiqueta de basura intrascendente a su carrera, pero su demonio interno Nicky (sí, Nicolas Cage) -una versión adrenalínica sacada de Wild at Heart (David Lynch, 1990)- le recuerda que no es un actor, que es una maldita estrella de cine.
Por 1 millón de dólares, acepta viajar a Mallorca a la fiesta de cumpleaños de un fan multimillonario con ínfulas de guionista. Javi (Pedro Pascal) es encantador, desborda emoción de tener al ídolo cerca. LA CIA cree que es un traficante de armas que secuestró a la hija del presidente de Cataluña y contacta a Nick para atrapar a Javi. Cage protesta: su instinto de actor nouveau chamánico le dice que su anfitrión es inocente. Ya son amigos. Juntos escriben un guion para su próxima película, que se va mimetizando con la diégesis del film.
El Peso del Talento es una reescritura delirante de la genial Adaptation. Es al mismo tiempo una película y su comentario, la redacción de un guion y sus imágenes, que sirven como una crítica ácida al zeitgeist de Hollywood. Cage y Javi quieren hacer “una mezcla del primer Iñarritu con Lars von Trier”, pero concuerdan que “debería tener más persecuciones, más explosiones” para atraer la atención del público: otra película de Nicolas Cage, la que estamos viendo.
Nicolas Cage, entre la persona y el mito
El título original, El Insoportable Peso del Talento Masivo -uno de los mejores del año-, describe el carácter hiperbólico y absurdo de la película, que en realidad son dos: como buddy film es un floripondio a 24 fotogramas por segundo, con un Cage sin rastros de vedetismo en una autoparodia psicodélica, secundado por un Pascal en estado de emoción permanente: un groupie asexuado cumpliendo su sueño; como thriller de acción termina siendo un aburrido fan service hecho de secuencias-citas de la carrera del actor.
Nicolas Cage es pop art, en el sentido en que Roland Barthes describió a ese movimiento como “la aceptación de ser una imagen”. Pero Tom Gornican y el coguionista Kevin Etten van más allá de la superficie, y logran realizar un ejercicio metacinematográfico ingenioso y divertido que entiende la ambigua conexión de Cage con su público, del actor con su personaje, de la persona con su mito.
Es en esta inadecuación que El Peso del Talento explora la profesión y el culto a la celebridad homenajeando y satirizando a uno de sus más grandes íconos. Una película maliciosa y fan, culta y bizarra, hecha a la medida de un actor en la frontera de la ovación y el aplauso de una sola mano.